Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Cuando recién iniciaba a expandirse lo que hoy día conocemos como la pandemia de COVID-19 que afecta al mundo, escribí una breve reflexión en la cual (palabras más, palabras menos), comentaba que, dada la crisis sanitaria y económica -que desde entonces se vislumbra- sería de alcances globales y con efectos de largo plazo, también sería necesaria una búsqueda de soluciones globales, en virtud de que el mundo, tal y como lo conocimos hasta hace tan solo poco más de seis meses, por más que queramos y por más que así lo deseemos, no volverá a ser igual (es decir, no volverá a ser el mismo, para muchos). La pandemia ha causado estragos ya en las grandes potencias del mundo, y así mismo está ocurriendo ya en América Latina, en cuyos países (en un alto porcentaje de ellos) los sistemas sanitarios son bastante más precarios y sus economías mucho más débiles y dependientes. No es necesario analizar mucho la situación para darse cuenta de que los países que ya se están viendo más afectados (en muchos sentidos, no sólo sanitarios y/o económicos), son los países en vías de desarrollo como Guatemala, países en los que, las más de las veces, la toma de decisiones de Estado deja mucho que desear; países en los que años de atraso y subdesarrollo sumados a la corrupción campante que pareciera ser otra suerte de grave pandemia que se extiende con rapidez y que no perdona ni siquiera las crisis como la actual, se constituyen en óbice para pensar en una pronta recuperación de los males. Todo ello aunado, asimismo, en reiterados casos, a una clara deficiencia en eso que muchos llaman pero pocos entienden: una visión de Estado. Por otro lado, si los países más grandes y poderosos del globo no quieren que la crisis les afecte más de lo que ya les está afectando o que el fenómeno les rebote más rápido de lo que imaginan por no tener la suficiente voluntad de prestar la atención necesaria a lo que ocurre más allá de sus fronteras, sin duda tendrán que empezar a ver la situación desde un punto de vista más global, lo cual evidentemente no está ocurriendo. La actual crisis es global, y por lo tanto, es menester que la búsqueda de soluciones también sea pensando en función de lo global. No obstante, el escenario que se visualiza con mayor claridad y cuyos efectos serían a gran escala durante los próximos años, es quizá una vida post pandemia en la que el endeudamiento de los Estados y el aumento de la pobreza (entre otros factores que ocioso sería mencionar) darán paso a una nueva etapa en las relaciones internacionales en la que una suerte de sometimiento entre Estados y el cobro reiterado de lealtades como moneda de cambio será la constante (los internacionalistas sabrán a qué me estoy refiriendo), puesto que resulta bastante obvio imaginar, quiénes, a la larga, serán los que salgan mejor librados de esta pandemia…, cuando suceda.

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