David Martinez Amador

Politólogo. Becario Fulbright-Laspau del Departamento de Estado Norteamericano. Profesor Universitario,, Analista Político y Consultor en materia de seguridad democrática. Especialista en temas de gobernabilidad, particularmente el efecto del crimen organizado sobre las instituciones políticas. Liberal en lo ideológico, Institucionalista y Demócrata en lo político.

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David C. Martínez Amador

Las denominadas situaciones límite, aquellas que tienen la capacidad para llevarnos al extremo mismo de nuestra existencia parece que tienen siempre un efecto en común: Nos llevan a cuestionar la existencia de lo divino. Situaciones límite pueden ser ejemplificadas cómo el diagnóstico de un cáncer terminal, la guerra misma, ser testigos de un homicidio o, vivir una pandemia como la actual. Por lo general, cualquier situación que nos obliga a recordar nuestra fragilidad.

Los griegos antiguos que no fueron ajenos al dolor y miseria de la guerra o la peste, cual buenos relativistas hubieran ofrecido innumerables opiniones. Quizá valga aquí la pena recordar la frase de Epicuro: ´¿Dioses? Tal vez los haya. Ni lo afirmo ni lo niego, porque no lo sé ni tengo medios para saberlo. Pero sé, porque esto me lo enseña diariamente la vida, que si existen ni se ocupan ni se preocupan de nosotros.´. Hay que aclarar, no es que Epicuro fuese un ateo. Pero si un hombre pragmático que reconocía que los dioses tenían mejores cosas que hacer que intervenir en los asuntos de los hombres. Tampoco se trata de argumentar que las deidades se alejan para que el hombre sea moralmente responsable, se trata simplemente de reconocer que no somos tan especiales ni únicos para que los dioses den importancia a nuestras peticiones.

Epicuro refirió a un acto directo de abandono, que eventualmente filósofos y teólogos vendría a referir como una ´apariencia sordera de Dios´. ¿Cuándo todo parece hacerse añicos y la muerte ronda diestra y siniestra, ¿ Se ha escondido Dios? En Temor y Temblor el excelso filósofo y teólogo danés Soren Kierkegaard habría dicho que no, que ha sido al revés. Es el hombre moderno, que cual Adán en el huerto quien se ha escondido de Dios y por ello, es incapaz de escucharle. En Kierkegaard hay una fuerte influencia socrática que lleva de vuelta, a una dualidad entre lo corpóreo y el alma (lo intangible). Si Kierkegaard viviera durante la crisis del covid19 muy probablemente hubiese referido a la crisis interna que el hombre moderno vive en este momento, con todas sus certezas haciéndose añicos, contemplando aterrado cual Isaac en la piedra del sacrificio su final inevitable.

¿Dónde está Dios para el hombre moderno? Parece que no lo necesita hasta que la tragedia le muestra que la razón no crea mundos perfectos. Y luego el hombre moderno no puede hallarlo – cual en el pasado- en los fenómenos naturales. Pero tal vez sí hallarlo en las cosas simples que emanan belleza, como la mezcla de las notas en una sinfonía, el efecto de una pintura, la combinación de colores o el rima de palabras en un verso: Esa belleza simple e intangible es la prueba de lo divino. A lo cual Sócrates quizá haría la pregunta si la belleza es divina por lo tanto todo lo bello es real. O quizá, Sócrates preguntaría si ante la belleza de la creación humana no es engañamos creyendo que los dioses hablan. Epicuro, en su hedonismo inteligente simplemente nos pediría aprender a disfrutar.

El debate sigue abierto. Pero todas las posiciones están presentes en cada uno de nosotros y si somos honestos se han manifestado a lo largo de esta pandemia.

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