Eduardo Blandón
En tiempos de Coronavirus la lógica del poder y el dinero es la que se impone en términos planetarios. No solo me refiero a nivel personal, sino sobre todo a los programas que tanto los políticos como las compañías transnacionales impulsan desde cada una de las naciones del orbe. Es esa narrativa la que permite claves de interpretación para comprender la cotidianidad en la gestión de los gobiernos.
Los protagonistas diarios de las tablas lo constituyen los colosos: China, los Estados Unidos, Rusia y la Unión Europea. Cada uno de ellos, jugadores empedernidos, algunos más diestros que otros, mueven sus piezas ya no solo para situarse en la cima y ganar ventaja frente a los otros, sino para no disminuir de categoría arriesgando ser deglutidos por sus enemigos (aquí no hay relaciones de amistad, no lo olvidemos).
Los otros actores, un poco más abajo de aquellos países poderosos, se encuentran Japón, la India y Australia. Igualmente hacen lo que pueden y no son menos agresivos y oportunistas que los primeros. Por debajo, Oriente Medio y Asia Central. En la cola, África subsahariana y América Latina. Todos sin excepción gestionan su quehacer diario desde el horizonte del poder.
Es lo que sucede, por ejemplo, cuando los Estados Unidos se inmiscuye en la política interna de Corea del Norte, Venezuela y hasta de la Unión Europea y Rusia. ¿Qué hace ese país fuera de sus fronteras? Gestionando el poder, persiguiendo utilidades, negocios, ventajas, ubicándose en posiciones geográficas que le permita cintura política y posibilidades mejores incluso si hay que hacer la guerra.
Los pleitos de Xi Jinping, por otro lado, tienen explicación en su denodado esfuerzo por ubicar a la China en la cima de los países. En la actualidad es un púgil que se mide con todos, contra Japón, Australia, Canadá, la Unión Europea, los Estados Unidos y la India. Tiene recursos y demasiados intereses. De momento está en buenos términos con Cuba, Rusia, Serbia Corea del norte, Venezuela, Siria, Nicaragua y Paquistán.
América Latina frente a los países ricos es casi un cero a la izquierda. De ahí el trato infame de Trump y los demás gobiernos del primer mundo (la conducta imperialista de los europeos tampoco es ejemplar, cuidan las maneras, pero solo eso). Los une sin excepción dos cosas al menos. En primer lugar, la filosofía que encarnan en la gestión política por la que valoran esencialmente la riqueza y el poder. No tienen otro horizonte ni lógica que no sea primar y sentirse por sobre todos de manera arrogante. Por último, el sentimiento xenofóbico que los hace imaginarse superiores y civilizados frente a los que juzgan bárbaros. Sin quitar, claro, esa convicción absurda de superioridad moral, que los vuelve ridículos, como que si nadie se enterara del enanismo de su conducta histórica deleznable y vergonzosa.