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Quienes ingenuamente se tragaron el anzuelo de la cantaleta de la polarización ideológica no se han dado cuenta del papel que están jugando porque en aras de defender sacrosantas posiciones políticas terminaron cayendo en los brazos y en las redes de la más tenebrosa alianza criminal que se haya dado en la historia del país. Si alguna duda pudo quedar de la forma en que el Estado de Guatemala fue capturado por las fuerzas de la corrupción, en este último ataque, que pretende dar la estocada final para la consolidación de una nueva forma de dictadura del crimen en contra de los intereses del país y de sus habitantes, se evidencia la existencia de un pacto que, por lo visto, ya es de sangre en el que se busca el absoluto control de toda la institucionalidad pública.

Los tres poderes del Estado han sido permeados desde hace rato por los ejecutores de la corrupción. La “apertura política” del 85 se fue pervirtiendo a pasos agigantados desde su mismo origen, traicionando así el sueño de democracia que inspiró la Constitución promotora del bien común y de la igualdad de todos ante la ley. Primero fue el Ejecutivo, donde los negocios turbios dieron lugar a dolosos pactos entre funcionarios y particulares para saquear y piñatizar al Estado, pero poco hizo falta para que en el Congreso se encontrara la mina de oro para incrementar la podredumbre, prostituyendo a todo el poder legislativo. La justicia fue la última en caer, pero cuando lo hizo el derrumbe fue absoluto. El mismo poder local, en los municipios, se desvirtuó por completo porque toda la maquinaria se puso al servicio de los intereses de los ladrones que, astutamente, usaron parte del pisto robado para reelegirse ad eternum para que se mantenga la fiesta.

Hoy sienten que la pandemia y el control de los tres poderes del Estado les proporciona la oportunidad de dar el manotazo final y por ello van en contra de la Corte de Constitucionalidad y del Procurador de los Derechos Humanos sin tapujo alguno ni la menor preocupación. Van con todo porque se trata de consolidar una dictadura y para ello hay que acallar las voces disidentes, las que cuestionan, denuncian y objetan los desmanes.

Una dictadura unipersonal es insoportable pero a veces cuesta mucho librarse de ellas. Una dictadura como ésta, con tanto recurso y tantos aliados es mucho más peligrosa y en esto no hay izquierdas y derechas. Hay corrupción versus honestidad y en esa dicotomía por supuesto que vale la pena tomar partido y trabajar intensamente.

Redacción La Hora

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