Ana Cristina Morales

crismodenesi@gmail.com

Médica y cirujana licenciada por la Universidad de San Carlos de Guatemala, especializada en psiquiatría con arreglo al Programa USAC/IGSS. Con las especializaciones de atención en psicoterapia a mujeres maltratadas, así como en adicciones y Supervisora psicosocial. Autora de -Aprender a perdonar. “Una herramienta en psicoterapia”, publicación personal, y coautora del artículo: “Consecuencias biopsicosociales del abuso sexual”, del libro Síndrome de intestino irritable y otros trastornos relacionados, publicado por Editorial Panamericana. Del libro “El perdón y la salud” de editorial Plataforma. Columna de opinión “Conversando con la Psiquiatra” en el periódico guatemalteco “La Hora”, Trabaja en oficina privada como psicoterapeuta y psiquiatra.

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Dra. Ana Cristina Morales Modenesi

En esto del confinamiento cada quien lo vive como puede y a lo mejor, quiere. El lugar y con quien toca vivirlo también puede ser una posible elección, que se ha dado, de forma posible, por una secuencia de decisiones pasadas y no necesariamente de manera consciente. O simplemente, le tocó no elegir.

De tal forma, que hay personas viviendo este confinamiento, con sus familias, con amistades, acompañadas de sus parejas, con desamores, distanciadas de amores, complacidas por el autoencierro, remilgosas de estar con sí mismas, sintiéndose de manera perturbada, aisladas y distantes, y algo más dramático, viviendo de manera más intensa situaciones de violencia. O de manera contraria, sintiéndose a si mismas en unicidad con el todo. Realizando actos creativos, despejando caminos internos, alumbrando oscuridades propias.

Krishnamurti, escritor en materia filosófica, distingue una soledad aislante y perturbadora de otra soledad creativa y plena. Él analiza como la soledad puede resultar insoportable en tanto a la toma de conciencia de la existencia de vacío, la vivencia de incomunicación y el sentimiento de separación. Que es vivida como una agonía humana, que le lleva a múltiples maneras de huir de esta: a través de la actividad obsesiva, la pertenencia o afiliación a grupos y diferentes manifestaciones del apego. Que lejos de ayudar a solucionar el problema, lo aumenta.

Él plantea el reto al hacer frente a la comprensión de la soledad y el vacío, viviéndolos y observándolos desde adentro, no desde afuera. Son algo de nosotros mismos. Somos la soledad y el vacío. De esa comprensión que conlleva comunión con el problema, emerge una forma amorosa que transforma esa soledad en espacio de silencio, belleza y amor. Y así aparece la soledad creativa que, en silencio, vincula al hombre, con todo y con todos, aún, con el universo entero.

El pintor, Vincent Van Gogh, al respecto escribe a su hermano una carta en julio de 1880. “No siempre podemos decir qué es lo que nos mantiene encerrados, lo que nos confina, lo que parece enterrarnos, y, sin embargo, sentimos ciertas barreras, ciertas rejas, ciertos muros ¿Es todo ello Imaginación o fantasía? Yo no lo creo. Y entonces nos preguntamos: Dios mío, ¿va a durar siempre, va a durar toda la eternidad? ¿Y sabes que es lo que nos libera de toda esa cautividad? Un afecto muy profundo y muy serio. Ser hermanos, ser amigos, el amor, eso es lo que abre las puertas de la cárcel gracias a un poder supremo, a una fuerza mágica”.

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