Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Mario Alberto Carrera
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Cuando chocamos contra un muro invencible y acerado que no podemos abatir con las herramientas ¡tan limitadas!, del pensamiento humano (como si existiera otro) y estamos viendo al paso de cada uno de nosotros la muerte colectiva –masiva- de cientos de miles de personas en la Tierra y la virulenta enfermedad se enfrenta silenciosa y alevosa contra la altiva Ciencia, la tecnología y el gran mundo sobrevalorado de lo digital; hemos encontrado una situación, una circunstancia que yergue, que impone límites infranqueables y por lo mismo (antinomia) encadena a la libertad. Esto es, acaso, la cartografía misma de la existencia que da paso al Existencialismo. Y ante ello desazonados, nos encontramos y, acaso sin saberlo, con Jasper.

Jaspers fue el existencialista que se ocupó y se preocupo de la teoría angustiosa de “las situaciones límite” dentro de las que incluyó, además de las que he pergeñado arriba: el sufrimiento, el temor, la culpa que él nos indicó que son la línea fronteriza entre el ser y el no ser (Shakespeare) y el encuentro acaso con la Nada. Cuando este tema lo contextuamos en el “Hamlet” como que muchos aterrizan “mejor” -con más comodidad- apoyados en la tópica sentencia shakesperiana, que fuera brillante parlamento -con la calavera en la mano- del luctuoso y psicótico príncipe de Dinamarca.

El término desesperación –y su bien definido y planteado entorno- tal vez es hallazgo de Kierkegaard. Y nos viene muy bien para casarlo con lo que he dicho antes porque (cuando situaciones límite como la pandemia y la muerte y su causa la enfermedad, que se nos escapa de las manos burlando a los científicos del planeta) produce indudablemente desesperación. Desesperación que trepida aún más si va acompañada de confinamiento y aislamiento, de coartación asimismo del libre derecho a la locomoción.

Y han pasado los días, las semanas y los meses y el dolor y la muerte van en crescendo aquí y en el mundo. El virus nos está ganando el pulso, el combate y su frente de guerra es más eficaz que una bomba atómica sobre Nagasaki. Lo fatal es que aún falta por contemplar, inermes, mucho más luto. Y nos es que yo sea un pesimista profesional. Sólo soy un hombre que trata de tener el valor para ver las tormentas -frente a frente y cara a cara- sin tratar de encontrar refugios afincados en el mecanismo de la negación.

Ahora mismo, en la edición dominical de los diarios escritos y de papel (detesto la informática digital) leo con infinita preocupación en grandes titulares: “Momentos de desesperación y pena (…) se han observado en el país en las últimas 14 semanas”.

¿Soy yo el único que empleo el término desesperación? Para nada. Ese mismo sentimiento que se manifiesta mediante una palabra- significante, es de Kierkegaard en su formación y conceptualización filosófica, ¡pero es de todos!, y se torna entrañablemente popular, cuando nos arropa con su oscura sombra de significado, ante la muerte, la pandemia y la situación límite que nos enfrenta posesiva, imperial y destructora, y que nos obliga a dejar las frivolización de la vida, para darnos cuenta de lo que la vida es ¡realmente! Eso -a fondo- solo lo medio atisban los pensadores.

Otro titular de hoy domingo nos dice: “El 13 de marzo Guatemala cambió y lo sigue haciendo en la medida que el virus se ensaña (…)”.

Esos encabezados son renovado espejo en que Camus se inspiró para escribir “La Peste” que, cuando todo va bien y todo son días de vino y rosas y las banderas blancas han vuelto a su cubil y los invisibilizamos, las palabras angustia, desesperación o ansiedad, se tildan y son propias ¡solamente! de los pesimistas y amargados, pensadores y poetas…

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