No nos gusta hacer leña del árbol caído y no es éste el sentido de la petición de coherencia que hacemos al gobierno por el caso de la destitución y posterior premio de consuelo al doctor Hugo Monroy. Pero evidentemente él y su equipo no dieron la talla para el manejo de una gravísima crisis como la del COVID-19, al punto de que debieron ser removidos ayer en medio de serios señalamientos no sólo de incapacidad sino de corrupción. Si el antecedente que sirvió para nombrar a Monroy fue su experiencia como asesor médico de laboratorios fabricantes y vendedores de medicinas, salta a la vista por qué fue designado y, sobre todo, para qué, por lo que la decisión de encargarlo de la unidad ejecutora de la construcción de nuevos hospitales resulta incompresible.
Ya demostró su limitada capacidad administrativa y obviamente la responsabilidad de ese proyecto de construcción no puede estar en manos de un médico, mucho menos de uno que no ha hecho vida hospitalaria porque sus antecedentes son como doctor de planta en Guatel, primero, y luego asesor de laboratorios, según el reporte que hizo un medio digital cuando fue nombrado y que nunca fue aclarado. Da pena tener que reiterar una crítica contra un profesional al que le tocó vivir el peor momento al frente de la Salud Pública de Guatemala, pero por muchos controles que puedan poner los organismos internacionales que financiarán la construcción de los hospitales, está probado que en este país con o sin controles la obra sin sobra no es excepción sino regla y deja mal sabor que la Presidencia encargue un megaproyecto al exministro de Salud.
Es momento de que nos centremos en diseñar, al fin, estrategias para enfrentar el coronavirus cuya propagación se expande con demasiada velocidad en los últimos días, y eso tomando en cuenta el pírrico número de pruebas que se pueden realizar diariamente. La esperada desescalada pareciera alejarse cada día y por lo tanto las previsiones epidemiológicas tienen que incrementarse y las nuevas autoridades de salud tienen el reto, enorme, de ganarse la credibilidad porque la gestión anterior la perdió por completo. El ciudadano tiene que saber exactamente dónde está parado para entender la necesidad de actuar con responsabilidad para prevenir contagios.
Es cierto que hay gente que cuestiona hasta la existencia del virus (aunque manifiesten con mascarilla) y esos no cambiarán el rollo porque su fin es otro. Pero a la gente sensata que puede tener descuidos si le importa la información cierta y comprobable para asumir el imperativo de la precaución.