Adolfo Mazariegos
Una de las realidades que la actual pandemia de COVID-19 está poniendo en evidencia con celeridad (puesto que ya se venía visualizando desde tiempo atrás, nos guste o no, estemos de acuerdo o no), es la necesidad de repensar y replantear los modelos sobre los cuales se asientan las estructuras de la vida humana en sociedad en el mundo de hoy, hablando en términos políticos, económicos y sociales. La existencia de un sistema público de salud con calidad y de fácil acceso en igualdad de condiciones y posibilidades, por ejemplo, (que en Guatemala pareciera poco menos que una utopía), es una necesidad incuestionable en aciagos tiempos como los que corren, cuestión que ha trascendido ya los límites fronterizos entre las ideologías, o entre eso que denominamos ideologías con base en lo que a veces asumimos como un conjunto de ideas bien definidas y estructuradas con un propósito y una finalidad determinada, pero que muchas veces desconocemos. Muy distinto sería, sin embargo, analizar concienzudamente y proponer en función del bienestar colectivo (o bien común, como suele decirse reiteradamente), nuevas posibilidades en el marco de la ciencia que puedan eventualmente llevarse a la práctica como un nuevo modelo en el que puedan conciliarse distintos elementos de políticas públicas con orientación social y de políticas generadoras de riqueza basadas en la existencia del mercado, ¿suena loco?, ¿suena irrealizable?, no lo creo, de hecho, ya se da en la práctica sin que lo veamos o lo aceptemos de tal manera. Lo que sí creo, es que realizarlo de una manera abierta y con base en nueva teoría científica, requeriría mucha voluntad, tanto política como académica, y de una verdadera visión de futuro de corto, mediano y largo plazo. Y ambas cualidades, salvo contadas excepciones, parecieran hoy brillar por su ausencia en casi el mundo entero, particularmente en países como los latinoamericanos que históricamente han estado prácticamente ausentes de esos menesteres en el sentido de aportes científico-sociales de trascendencia global para la convivencia humana. Y he ahí también, para la academia, un punto de análisis y discusión sumamente importante e interesante de cara al futuro. Las posturas radicales y extremistas que no admiten la existencia de esas posibilidades conciliatorias sólo porque sí, ciertamente ya resultan trasnochadas, y poco o nada contribuyen a la realización de un verdadero y necesario cambio (por algo será). Los retos y exigencias de un mundo como el que se nos viene, queramos o no, demandan nuevas formas de visualizar las cosas, nuevas formas de pensar y de actuar en lo político, nuevas formas de dirigir los Estados. Como mencioné en alguna ocasión anterior en este mismo espacio: la actual pandemia no cambiará de golpe el modelo imperante hoy día en el mundo: estamos muy “acostumbrados” a que así es como funciona y quizá no nos atrevemos a ver más allá. No obstante, sí está visibilizando esa necesidad de plantearse, con seriedad, la necesidad de pensar en nuevas y, por qué no, quizá mejores posibilidades para todos.