David Barrientos

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Guatemalteco con educación para el análisis de coyuntura, administración, dirección, alta gestión y coordinación de proyectos de seguridad, defensa, logística y manejo de crisis, con experiencias en el liderazgo de grandes unidades militares e interinstitucionales, actualmente consultor independiente y doctorando en ciencias sociales.

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David Napoleón Barrientos Girón
napo102@hotmail.com

La buena comunicación siempre ha sido en un activo intangible en las relaciones sociales y políticas; la imagen pública y el posicionamiento son de vital importancia, sobre todo en un mundo cada vez más interconectado, en el cual es común enfrentar situaciones imprevistas que pueden llegar a afectar enormemente y poner en aprietos la imagen y estabilidad; un proceso de comunicación ineficaz es irreversible, sobre todo en momentos de incertidumbre, la mala improvisación, poca claridad o incongruencia de los mensajes, no conectan con las personas, peor si no contienen mensajes humanos de solidaridad o carecen de realidad percibida y aunque la confidencialidad es importante, no debe ocultarse la información relevante; así, las comunicaciones no son accesorias sino esenciales en la política pública, en consecuencia las comunicaciones gubernamentales adquieren un valor estratégico central, siempre han servido y seguirán sirviendo para: informar, movilizar e involucrar a todos aquellos a quienes se desea trasladar un mensaje, con la claridad que: “no es lo mismo informar que comunicar” y que “no informar también comunica”.

La llegada de la pandemia por el COVID-19 ha puesto de manifiesto que, cuando se da poca importancia a la buena comunicación se derivan consecuencias desastrosas, dentro de las que podemos mencionar algunas que no se pueden esconder: la Organización Mundial de la Salud si en algún momento tuvo clara la amenaza que se acercaba no pudo o no quiso comunicarla al mundo, los Estados Unidos de América que se precia con recursos para proteger a sus habitantes no lo comunicó adecuadamente para minimizar los efectos, el presidente mexicano le restó importancia mostrando un amuleto que lo protegería del virus, el presidente brasileño manifestó que era una simple gripe; mensajes de menosprecio que expusieron a sus ciudadanos.

Los métodos autoritarios aplicados por diferentes regímenes incluyen estados policiales militarizados, los que se aproximan a la invasión de la privacidad de los ciudadanos, como recetas para parar el contagio masivo, aunque necesarias no son suficientes por sí solas, deben ir acompañados de un plan de comunicación bien diseñado para comprometer a los ciudadanos en una lucha como la que hoy vivimos, sobre todo si se inscriben en un ambiente “democrático” donde la toma de conciencia de los ciudadanos es fundamental, así, la dimensión comunicacional debe ser parte de la política y no ser vista como un proceso secundario a la toma de decisiones.

Para lograr cambios de comportamiento drásticos e inmediatos, es necesario transmitir el sentido de urgencia indispensable sin causar un pánico que genere respuestas totalmente contrarias al objetivo buscado; sobre todo hoy que la tecnología permite el acceso a mucha información al mismo tiempo, en una gran parte del mundo, esto tiene sus ventajas e inconvenientes en la gestión de una crisis, sobre todo por la exposición pública gratuita a la que se ve expuesto quien asume la dirección, quien debe conocer que la autoridad no la otorga solamente el cargo o la investidura, se fortalece con el respeto por la personalidad y su conocimiento.

“Una crisis perfectamente manejada y mal comunicada, siempre será recordada como una crisis mal manejada”. Jim Lukaszewski

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