David Martinez Amador

Politólogo. Becario Fulbright-Laspau del Departamento de Estado Norteamericano. Profesor Universitario,, Analista Político y Consultor en materia de seguridad democrática. Especialista en temas de gobernabilidad, particularmente el efecto del crimen organizado sobre las instituciones políticas. Liberal en lo ideológico, Institucionalista y Demócrata en lo político.

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David C. Martínez Amador

La crisis de salud provocada por el novel virus de COVID19 terminó por afectar todos los sectores laborales. Incluyendo universidades.

Pero volviendo al punto, en el sector laboral formal las empresas se vieron obligadas a mutar, evolucionar y transformarse de golpe planteándose el cuestionamiento de sus paradigmas y de la forma tradicional de laborar. Las universidades – que aunque no deben ser vistas propiamente como un negocio no dejan de ser una fuente captadora de recursos- no son la excepción. Hace más de una década que la discusión se tuvo hacia dentro de las universidades – y no sólo en Guatemala- con respecto la sustitución que eventualmente la tecnología haría del personal docente presencial, discusión que no simpatizó muy bien con los profesores de la ´vieja guardia´. Sin duda, para la forma clásica de impartir docencia, pensar en trasladar capacidades hacia una plataforma, construir recursos digitales e introducir tecnologías de información resulta muy complejo: Lectura en formato digital, envío de tareas, trabajos a un portal, comunicación no personalizada sino en uso de email, chats , crear foros de discusión digitales, grabar las clases etc… todo esto, se percibía en la academia ´de vieja guardia´ cómo una forma de desplazar al docente.

Quizá el debate sigue abierto pero la coyuntura actual obligó a las universidades a cerrar sin una certeza para su reapertura, lo cual es cierto para el caso de Estados Unidos, México, Canadá y Guatemala. La aglomeración de estudiantes en salones, pasillos, áreas comunes, parqueos será un foco de contagio mientras no exista una vacuna. Si las universidades retomarán la ´normalidad´ deben pensar en reducir el número de alumnos por aula (lo que obliga a duplicar sesiones, jornadas) y además pensar que la vida social universitaria no puede ser la misma. Mientras tanto, para funcionar hubo que digitalizar y darse que cuenta que la inversión en productos de tecnología (plataformas que ´aguanten´ con más alumnos o con más saturación de usuarios) es ahora más importante que ampliar parqueos. Un estudiante promedio hoy tendrá dinero escaso para pagar su matrícula completa pero no querrá pagar y tener clases que son imposibles de sostener en línea o gastar en clases que no producen un contenido que valga la pena en el formato en línea. El docente perse no puede recurrir a los vicios clásicos que aligeraban la clase magistral, ahora debe impartir docencia, grabar las sesiones correctamente
– si no pueden ser en vivo- ser capaz de proyectar ´slides o láminas´ al mismo tiempo que imparte su clase en línea y comprender que la dinámica virtual es ágil, rápida, se debe contestar en tiempo real. Si, la ´vieja guardia´ de la cátedra universitaria tiene graves dificultades para aceptar este cambio dado que su instrumento era el marcador de tinta y una pizarra.

Las universidades tradicionales que puedan navegar la tormenta, son aquellas que puedan fácilmente hacer el giro, para subsistir con cuotas más económicas produciendo contenido de calidad inteligente y dinámica. Y esto será paralelo a la oferta universitaria ´online´ que ya existía y que en este momento se hace muy apetecible. Será difícil competir.

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