Sandra Xinico Batz
El racismo mata.
Es más fácil percibir el racismo ajeno, el que se ejerce en otros países, que el propio, que
el que se practica como nación en contra de una población mayoritariamente nativa, a
quienes se les desprecia y asesina, sí, se asesina, pero esto no se quiere aceptar y mucho
menos reconocer para que haya justicia, para que este país cambie, para acabar con la
segregación racial que en este territorio lleva 500 años, que ha ejecutado a miles de
personas, que extermina también través del hambre y la pobreza provocadas. Estamos en
medio de un genocidio continuado, de un sistema que nos empobrece por nuestro origen,
por la cultura de la que descendemos, que nos racializa.
Hace 42 años se perpetraba la masacre de Panzós, en la que ametrallaron a más de cien
personas, entre ellas, niñas, niños, ancianas y ancianos, muchas otras personas murieron
posteriormente por las heridas provocadas esa mañana del 29 de mayo de 1978, hasta
hoy no se sabe el número exacto de las víctimas de esta masacre perpetrada por el
Ejército con el beneplácito de los finqueros, quienes buscaban despojar al pueblo q’eqchi’
de sus tierras y por esto arremetieron en su contra, para amedrentar a quienes luchaban
por recuperarlas porque eran las legítimas dueñas y los legítimos dueños de esas tierras,
que los terratenientes se apropiaban para explotarla, obligando a las despojadas y los
despojados a trabajarla de forma gratuita o a cambio de unos míseros centavos. El
hostigamiento y los despojos continuaron, la región de Las Verapaces ha sido una de las
más empobrecidas en Guatemala; la historia de esta región también nos muestra que
estamos hablando de pueblos que no han sido sumisos, que se han levantado en contra
de la opresión, no una ni dos veces.
Los achichincles de la Guatemala blanca y criolla salieron a manifestar. Quieren que el
patrón no pierda ni un solo quetzal de su capital millonario. Añoran ser como los dueños
de la finca, su blancura les atolondra la dignidad, la cual pasa a tercer plano cuando de
defender los intereses de los ricos se trata. Creen que siéndoles fieles algo de su alcurnia
se les pegará, pobres ilusos que ponen el cuerpo para que el jefe desde la comodidad de
su mansión de las órdenes al peón, que deberá presentarse a trabajar pues es quien
sostiene su riqueza, total si se contagia de COVID es reemplazable. Como era de
esperarse, los dejaron manifestar sin ninguna consecuencia, a pesar de las restricciones
vigentes por la pandemia; en cambio ayer en Quetzaltenango apresaron a tres mujeres
mayas por vender verduras fuera del horario establecido a los mercados. Pero parece que
este racismo no indigna porque se ve como normal.
Allí está su flamante ejemplo de democracia ardiendo en llamas una vez más; Estados
Unidos es tan racista y desigual como Guatemala. ¿Cómo puede indignarles el racismo de
allá pero no el de acá?
A los pueblos mayas, afrodescendientes y xinkas también nos están matando.