Juan Jacobo Muñoz Lemus
Existen modelos de pensamiento, inducidos por sugestión a personas susceptibles y cercanas a escenarios difíciles. Algo así pasa con la pandemia que nos agobia.
Se ha sostenido que el virus fue manipulado maliciosamente. Esto se asocia con gente que no resiste la ocasión de ser protagonista; y con personas de fondo antisocial que, con algún crédito, se venden a ciertos intereses. La ciencia requiere que un investigador pruebe sus hipótesis, pero, sobre todo, que puedan ser confirmadas por otros investigadores. De lo contrario, todo queda en una ocurrencia, que el vulgo según sean sus inclinaciones, da por valida o por falsa.
En el pasado se habló de ovnis, se negó que el hombre llegara a la luna, se aseguró que el Holocausto era falso, que muchos famosos no murieron y viven incógnitos en algún sitio, que el VIH fue castigo de Dios a los homosexuales, que la histeria era cosa de brujas que debían ser quemadas, que existe el monstruo del lago Ness o que el cadejo cuida borrachos. Y lo que considero más inhumano, desacreditar la vacunación de los niños.
Se fomenta el odio por alguien. Se ataca a los chinos, otros hablan de un complot sionista, y en un principio cuando China sufría se dijo que Estados Unidos la había infectado. Se habla de meter a la gente a sus casas para instalar antenas y controlar a la población mundial. Hay quien ha dicho que la pandemia es una farsa para disfrazar una debacle económica global. Por supuesto está el tema de las transnacionales, que supuestamente han hecho todo esto, para vender por un ojo de la cara las futuras vacunas, y hasta se afirma que la vacuna ya existía desde antes; y que no hay que dejarse vacunar porque se quiere insertar un chip en cada ser humano para saber todo de él. Incluso se ha sostenido que se fraguó un genocidio para despoblar al planeta, empezando por una tercera edad desechable. El dato clínico es que todo esto, sobrevalora demasiado la capacidad de los llamados poderosos para urdir estratagemas.
Los amantes de las conspiraciones niegan todo lo que aporta la ciencia, y aseguran sin ninguna prueba sus teorías. Contradictoriamente dicen que los científicos no saben de lo que hablan, pero al mismo tiempo les atribuyen la capacidad de crear sistemas científicos para destruir al mundo. No aceptan que pueda haber un virus en el ambiente y, se pasan a la torera todas las pandemias de la historia. Obviamente una mente paranoide es inteligente e hiper atenta y se detiene hasta en el último detalle con aparente memoria superior pero selectiva, y todo lo suma en espiral al tema que le conviene.
La ciencia parte de una duda para buscar la verdad, acumulando información para ver hasta donde averigua. El paranoide parte de una certeza y busca cosas que irá sumando para justificarla y verse contundente; es decir que no es científico sino manipulador. Esa macabra tarea de querer desenmascararlo todo es lo realmente paranoide. Claro que encontrará algunas cosas obvias, pero que no tienen la magnitud que él les quiere dar. En psicopatología, todo tiende a ser grandioso.
No acepta explicaciones sencillas, busca las más difíciles y enredadas. Más que hablar del tema, habla protagónicamente con narcisismo exacerbado. Está rabioso. Habla de justicia y se constituye en querellante beligerante. Disfraza la perversión de dignidad, con el superego puesto al servicio de bajas pasiones.
Hay que cuidarse del cientificismo y los santos oficios. ¿De qué acusó Hitler a los judíos para cumplir su plan? Solo él sabría, pero logró promover el exterminio. ¿Y la ley fuga en Guatemala, que tantos añoran? O la inquisición. Parece que satanizar los temas funciona para sentirse en control de algo, creyendo que se tiene a la verdad del cuello. Quien abraza una ideología se aferra a ella y solo busca como alimentarla.
Podemos describir, digamos que bastante. Clasificar, creo que un poco al gusto. Interpretar (cuidado, cuidado) y Explicar, generalmente casi nada. Como expresó Julio Cortázar alguna vez; “La explicación es un error bien vestido”. Hace mucha falta ser humilde para estar al día con la realidad.
No toda la gente es profunda; pero es profundamente gente. Hay que estar muy hecho para aguantar los buenos trancazos y no caer en la tentación.