El concepto de epidemia tiene dos acepciones en nuestro idioma. Por un lado es una “enfermedad que se propaga durante algún tiempo por un país, acometiendo simultáneamente a un gran número de personas”, pero también se aplica a un “mal o daño que se expande de forma intensa e indiscriminada”, por lo que es posible hablar de la otra epidemia que se está extendiendo por nuestro país a pasos agigantados y que se muestra con la proliferación de banderas blancas que identifican a la gente que necesita ayuda para subsistir al haber desaparecido la fuente de ingresos. Y es que empieza a sufrir gente de toda clase, desde los trabajadores que se quedan en el aire por el cierre parcial, temporal o definitivo de muchos negocios, hasta los que vivían de su propio esfuerzo pero cuyas labores desaparecen al no haber demanda en medio del temor al coronavirus.
El caso de Guatemala es especial porque ya era abundante el contingente de personas en situación de pobreza y, peor aún, de pobreza extrema que se ha traducido en ese impresionante generador de la desnutrición que afecta a tantos de nuestros niños. Es uno de los pocos países en los que no existe ninguna política ni estrategia para abatir los indicadores de pobreza y, por ello, en vez de que reduzca su número, se mantiene en pequeño pero constante aumento. Obviamente eso no es culpa del actual gobierno que está por cumplir cuatro meses de gestión, pero sí de un Estado prostituido hasta sus cimientos que no tiene capacidad de cumplir con sus fines esenciales, pues pasaron a ser irrelevantes en medio de la captura que de todo el aparato institucional hizo la corrupción.
De suerte que acá tenemos otro frente de preocupación que es tan grave y delicado como el del coronavirus y también puede implicar pérdidas en vidas humanas. Algo así como las muertes que todos los días señala el Ministro de Salud al insistir en el reporte de dos muertes que no fueron por el COVID-19. Y es que estamos hablando de una verdadera hambruna que es posible en la medida en que no se puedan canalizar los programas de asistencia que se vienen diseñando pero que se entrampan en la práctica por temas puramente burocráticos que no tienen que ver con la liquidez.
El hambre se está propagando por el territorio nacional con mayor rapidez que el virus mortal y hay que ponerle atención en serio porque no se trata de acarreados sino de expresiones espontáneas de quienes se están quedando literalmente sin comida.