Adrián Zapata
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El movimiento de las “Banderas blancas”, provocado por la desesperación, se ha posicionado a nivel nacional e internacional. Se han hecho presentes en las calles de la ciudad capital, pero también en los centros urbanos del interior. Están presentes en las carreteras que surcan las áreas rurales. Son alzadas por hombres y mujeres, por viejos, jóvenes y niños. Demandan comida y trabajo. Cuando se escuchan las entrevistas que les han hecho se hace evidente la transparencia de su acción. La gente está desesperada porque las medidas sanitarias han tenido fatales consecuencias para los pobres de toda la vida. Claramente claman por el apoyo del gobierno que no llega.
Hace algunos días, el presidente Giammattei se refirió a ellos con desprecio y descalificación. Los denominó “acarreados”, repitiendo el mensaje ideológico de clase, que no puede imaginar que los pobres tengan capacidad para expresarse y menos aún con angustiosa creatividad. Siempre atribuyen a los “manipuladores” el rol de movilizar a los pobres.
La personalidad del Presidente pareciera tener efectos controversiales sobre su conducta. Por una parte, provoca el dinamismo que afortunadamente lo ha inspirado en la respuesta que ha dado a esta crisis. Pero, por otra, no le permite reflexionar más allá de sus bien intencionadas angustias y le lleva a interpretaciones simplistas y estigmatizadoras que responden a sus conservadoras visiones ideológicas. Seguramente se sentirá acosado por la presión de sus similares ideológicos, las cúpulas empresariales, quienes lo presionan para que se impulse ya la reactivación de la economía. Y, por la otra, está la ansiedad de aquellos que el día que no trabajan, no comen, quienes también se expresan desesperados por la ausencia de la ayuda gubernamental, tan publicitada y tan aún ausente.
Mi opinión es que estas banderas blancas fácilmente se podrán teñir de rojo combativo, ante la desesperación que causará el hambre y la zozobra que serán producto de las consecuencias económicas que se derivarán de la crisis de la pandemia. No habrá atrás de ellas comunistas, populistas ni vividores de los conflictos.
Si la torpe interpretación de los gobernantes y las élites sigue siendo la incomprensión de la capacidad movilizadora que tiene el hambre, el escenario futuro será de creciente convulsión social.
A mi parecer, este movimiento de las banderas blancas es encomiable, porque expresa mesura en la canalización de la desesperación que esa gente está viviendo. Aún no hay saqueos en las áreas urbanas, no ha habido desbordes de protesta en los territorios rurales.
Pero esas reacciones vendrán, si no hay respuesta del Estado. Y allí está, una vez más, la omnipresente debilidad de dicho Estado, evidenciando que aunque pueda haber ciertos recursos e, inclusive, formulados programas pertinentes y necesarios, la institucionalidad no puede estar lista, de un día para otro, para ejecutarlos. La secular debilidad fiscal, prolongada con alevosía y ventaja por las élites empresariales, la desvalorización de lo público, la aguda y generalizada corrupción se manifiestan en el Estado enclenque que tenemos y que ahora dramáticamente no puede responder adecuadamente ante la crisis coyuntural que afrontamos, en un contexto de condiciones estructurales que han producido una sociedad con grosera desigualdad y pobreza generalizada.