Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

El problema con el empresariado más conservador es que solo ven el derecho de su nariz.  No solo son egoístas, lo que podría ser tolerado siendo que el género humano no es naturalmente altruista, sino avariciosos, afirmando su interés solo, única y exclusivamente por el lucro.  Lo que los pone en una situación de desprecio a la humanidad y a la más mínima consideración de su dignidad.

¿Dignidad?  No existe tal cosa.  En el limitado mundo de quienes encarnan una vida dedicada a las utilidades, lo único vigente son los precios.  Dime cuánto produces y te diré cuánto vales.  Ese es el rasero.  Por eso es por lo que sin el menor escrúpulo son capaces de pedir a los adultos mayores que se sacrifiquen en beneficio de la economía.  Esos viejos jubilados “no sirven”, dejaron de ser útiles, en consecuencia lo mejor que puede sucederles es apartarse y dejar que la vida continúe.

Algunos tienen el coraje (¿el desparpajo?) de decirlo, otros son más sutiles, depende de sus capacidades de expresión, pero redundan en lo mismo.  En ese horizonte economicista no se miran personas, sino clientes, productos, mercancías… todo sirve sólo para ver cómo se acumula capital en beneficio exclusivamente personal.  Eso es todo y no hay más.

Esa es la razón por la que los bancos son incapaces de aplicar políticas que den respiro a sus deudores.  No pueden, esa lógica no forma parte de su narrativa (ni de su formación), ellos “van al hueso”.  Tienen un ejército de economistas y asesores pensando a diario en cómo esquilmar a sus clientes: “¿No mueve el dinero de su cuenta corriente?  Apliquémosle un castigo”; “¿el cheque fue rechazado? impongamos una multa de altos intereses”.  Son verdaderos eruditos del despojo.

Esa relación inmoral con el dinero lleva a algunos a la corrupción.  Así, no falta quienes se alían con el narcotráfico y la política del más bajo nivel.  Y aunque en público practiquen el arte del disimulo, visiten iglesias y se den aires de pureza en fotos con el alto clero, su pestilencia asciende al cielo.  Es difícil ocultar la bajeza de quienes practican una vida poco sofisticada, ruda, plana y ordinaria.

Nada de extraño es, por todo lo dicho, que en medio de la pandemia llamen “a la vida productiva”.  Ellos solo ven números, dicen que los muertos son siempre pocos. ¡Nada qué temer!  Porque su único mundo son las finanzas, la preocupación de no llegar a la meta que los privaría del interés de seguir acumulando.  ¿Preocupación por la gente?  No, sería ingenuo creerlo.  Su visión es ajena absolutamente al cuidado de la salud de sus empleados.

Vaya, son cínicos.  Ocultarán su intención con donaciones.  Tratarán de hacer ver que “la gente sí importa”, que tienen políticas de “responsabilidad social”, pero son triquiñuelas para esconder su perversión moral.  Si fueran honestos y les preocupara sus empleados, pagarían impuestos, tratarían con respeto a su personal, no regatearían salarios y beneficios, pero, sobre todo, les protegería en tiempos de calamidad… todo eso es, justamente, lo que la mayoría no ha hecho (ni hará) porque están hecho ni siquiera con arcilla, sino con lodo.

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