
Desde el principio quedó claro que la pandemia tiene dos caras que pueden ser igualmente fatales, literalmente hablando, puesto que tan grave puede ser una ola de contagios sin control como puede ser la hambruna que ya predicen entidades como el Programa Mundial de Alimentos que, en el caso de Guatemala, puede ser exponencial por la combinación de factores como la pobreza y pobreza extrema existentes en el país, la caída de la economía, la drástica reducción de las remesas familiares, la ausencia de verdaderos programas de atención a quienes viven en la llamada informalidad y la imposibilidad de muchas empresas para cubrir los salarios de sus trabajadores sin los ingresos necesarios.
No es, pues, un solo frente el que se debe atacar en medio de la pandemia, puesto que si la economía llega a producir esas condiciones de hambruna, la gente saldrá a buscar el sustento a como dé lugar y el riesgo a contagiarse terminará importándole muy poco, con toda razón. Es una situación extremadamente compleja y no se puede obviar ninguna de las dos consideraciones que demanda el manejo de la crisis. Por un lado hay que tratar de evitar la saturación de nuestro deplorable sistema de Salud, pero por el otro hay que evitar que la gente se quede sin comida, riesgo que empieza a sentirse cuando uno escucha a la gente que sale a la calle a pedir que se les ponga atención por su falta de ingresos.
Los programas sociales que se han impulsado en Guatemala han sido realmente programas politiqueros para agenciarse votos y para alentar la corrupción, pero no han tenido ningún impacto en el combate a la pobreza. Aquí lo único que ha ayudado a muchas familias es la migración que se convirtió en el sustento de millones de compatriotas que se quedaron acá, recibiendo el fruto del trabajo de nuestros migrantes y eso es lo que ha dado calma social al país porque mucha gente podía atender sus necesidades.
Pero sucede que en Estados Unidos bajó el empleo y los migrantes son de los que pagaron el pato. En esas condiciones perdemos nuestro colchón de seguridad y tenemos que atender de alguna manera el déficit con eficiencia para evitar que la crisis nos desborde por el lado económico, cosa que puede suceder antes de que se produzca el esperado pico de contagios. Pero se requiere un atinado criterio económico, una eficiente gestión de la ayuda y el manejo honrado de los recursos. De lo contrario la prevención sanitaria valdrá de muy poco.