Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Cuando Gabriel García Márquez escribió su magistral novela centró la idea de que un sentimiento tan profundo y propio de los seres humanos como el amor subsistía aún en las condiciones tan adversas como la epidemia de cólera que sembraba terror y muerte. Y es que el amor es parte sustancial de todo ser humano y por lo tanto se logra imponer a cualquier adversidad, lo cual se aplica a ese cariño profundo que existe entre personas afines y que va mucho más allá de la pasión que la literatura y Hollywood nos plantean como la manifestación del amor.

En el fondo resulta que ni el cólera ni ninguna pandemia cambia lo que es parte de la misma naturaleza humana, pero tampoco lo hace con cuestiones que se han ido asentando como costumbres que definen nuevos perfiles de la humanidad. Tristemente en un país donde se llega al colmo de que el mismo Presidente de la época afirmó, en un canal de televisión que cubre a todo el continente, que aquí la corrupción es normal y es parte de la costumbre generalmente aceptada por la colectividad, no se puede pretender que por la presencia de un virus que está matando a miles de personas en el mundo y amenaza seriamente la vida de tanta gente aquí, por las penurias y deficiencias de un sistema de salud en el que han robado sin cansancio durante décadas, vaya provocar el milagro de que los administradores de la hacienda pública cambien una práctica que, además de común, resulta sumamente tentadora porque está más que demostrado que ninguna época permite tanto trinquete como cuando fluye el dinero por la emergencia, y se puede disponer con manga ancha de, literalmente, miles de millones de quetzales.

Desde hace muchos años tenemos un Congreso, para empezar, en donde todo se pacta a cambio de beneficios en el listado geográfico de obras. Los sobres con “dobletes” dejaron de usarse porque no podían contener las cantidades de dinero en efectivo que pueden extraerse y asignarse mediante los arreglos que se hacen desde la misma todopoderosa Comisión de Finanzas que mejor debiera conocerse como Comisión de las Transas. Y como al que salpica parece que Dios le ayuda, allí también se abre el chorro para que en las diferentes esferas y niveles de la gestión pública se pueda continuar con la ya tristemente célebre piñatización de los escasos recursos de nuestro erario.

Por supuesto que la mayor tajada ahora está en las compras de emergencia, como lo pudo comprobar la Comisión Presidencial contra la Corrupción que detectó las anomalías en Salud Pública, donde simplemente se estaba siguiendo la vieja y arraigada costumbre de pellizcar tajada en cada una de las adquisiciones. Que los médicos y personal de salud carezcan de protección para no ser contagiados es lo de menos. Aquí si algo hace la autoridad es ir a lo suyo, que en nuestro caso no es más que ver cómo se pueden embolsar más pisto.

Si el cólera no fue capaz de contener alto tan arraigado como el amor, no esperemos que el coronavirus detenga algo tan profundo de nuestro sistema como la corrupción apañada por tirios y troyanos. Por ello se impone, con tanta urgencia como el distanciamiento social, una férrea vigilancia social en contra de tanto ladrón.

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