Gustavo Marroquín Pivaral

Licenciado en Relaciones Internacionales. Apasionado por la historia, el conocimiento, la educación y los libros. Profesor con experiencia escolar y universitaria interesado en formar mejores personas que luchen por un mundo más inclusivo y que defiendan la felicidad como un principio.

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Gustavo Marroquín

Sin duda alguna esta pandemia del Coronavirus es una experiencia nueva en muchos sentidos para nuestro país, para la región y para el mundo. Se pueden realizar distintos análisis de distintos puntos de vista y perspectivas, y cada uno de estos análisis tiene grados de razón. Sin entrar en polemizar en estos tiempos, donde lo que se requiere es unión y solidaridad, expondré las lecciones que deja esta crisis que va a representar un cisma en nuestra forma de vida en el planeta. Incluso, lo más sensato es que el mundo marcase un antes y un después de esta experiencia.

Sigo considerando que la amenaza más letal a nuestra forma de vida y a la frágil sostenibilidad en este planeta es el Cambio Climático. Como había mencionado en una columna pasada, muchas de las actuales problemáticas más severas, como la escasez severa del agua, desertificación con la consecuente pérdida de territorio habitable y cosechable, aumento de los flujos migratorios y fenómenos naturales alcanzando niveles de devastación sin precedentes, son consecuencias directas del Cambio Climático.

Es de suma importancia estar conscientes de lo siguiente: el clima no reconoce fronteras, soberanías, culturas, ni nacionalismos. Mitigar este fenómeno requiere de una cooperación global sin precedentes, y es precisamente en este punto donde se puede ligar la coyuntura internacional actual. Si queremos superar esta crisis del Covid-19, es necesario que sociedades, Estados y organismos supranacionales actúen en conjunto, llevando a cabo medidas sanitarias y sociales que salvaguarden algo que es superior a toda ideología, religión, prejuicio, raza o cultura: la vida. El aislamiento social, la cuarentena, toques de queda, Estados de Calamidad, cierre de fronteras físicas, y muchas otras, han sido medidas en conjunto que han adoptado la gran mayoría de países en el mundo y que han surtido un efecto positivo.

Claramente, estas medidas conllevan a un paralización parcial o completa (según el caso) de las economías nacionales. Hay innumerables argumentos a favor y en contra de esta situación, pero lo que es innegable es que el planeta se ha dado un respiro. Según datos de las Naciones Unidas, China, que es el país que más emite gases de efecto invernadero (gases que han acelerado de forma alarmante el Cambio Climático), “el parón de la actividad económica llevó a una reducción de un 25% de las emisiones de CO2 durante cuatro semanas”. Lo mismo puede verse en los países más afectados, como Italia y España, que también forman parte del grupo de países más contaminantes a nivel global. Estados Unidos, número dos de la lista de países más contaminantes, vive actualmente una escalada de contagios en su territorio y puede que siga este camino de la paralización económica debido a la posibilidad de un aislamiento social obligatorio y la cuarentena. Donald Trump ha declarado que la propia naturaleza del país es incompatible con estas medidas, por lo que veremos si esta potencia logra un balance entre mantener activa la economía y evitar el contagio masivo. O por lo contario, pueden estar encaminándose a un escenario aún más apocalíptico que en Italia.

No tengo dudas que el mundo saldrá avante de esta pandemia. Lo que no tengo claro es si la humanidad sabrá dimensionar la gravedad del Cambio Climático. La humanidad ha demostrado poder cooperar en niveles impensados hasta para el más idealista, pero me temo que también poseemos la habilidad de olvidar muy rápido. No hay un solo ser humano, sociedad ni Estado que no se verá afectado por el Cambio Climático. Esto me recuerda a la frase del escritor y poeta mexicano Juan Rulfo, “O nos salvamos juntos, o nos hundimos por separado”.

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