Luis Fernando Bermejo Quiñónez

@BermejoGt

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Por: Lic. Luis Fernando Bermejo Quiñónez
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A Guatemala ahora le toca lidiar con los efectos de la pandemia del coronavirus. El calado de esta crisis de salud pública ha sido muy importante en los países donde ha llegado a existir mayor contagio como China, Italia, España y Estados Unidos de América. De repente ha estado existiendo una coordinación global de medidas sanitarias por la Organización Mundial de la Salud por la cual ha estado dando información y asistencia sobre cómo abordar esta crisis, particularmente a los países en vías de desarrollo. Lo anterior me hizo reflexionar sobre el papel de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y de la “cruzada” en contra de esta en la opinión pública en Guatemala en los últimos años.

En los últimos años, es sabido que la administración Trump ha arremetido en contra de la ONU y su labor. Esto se ha manifestado de forma particular en, por ejemplo, retirarse de la UNESCO, retener las contribuciones a su presupuesto y atacar su “agenda globalista” en diversos temas de importancia para su administración, como su oposición al Pacto Mundial sobre Migración y su política contra el cambio climático. En Guatemala, como parte de la “saga CICIG” se lanzó por diversos actores una campaña mediática en contra de la ONU, lanzando críticas a la “agenda globalista” como una “injerencia extranjera” en la familia, todo lo anterior para tratar de desacreditar el trabajo de la ONU, pero particularmente a esa comisión “incómoda”.

En forma personal, nunca entendí como un gran sector de la población aceptó como válidas esas críticas hacia la ONU sin mucho escrutinio. En el caso de Trump, es entendible su crítica porque al ser “multilateral”, sus órganos trabajan por mayorías que no le son favorables a su agenda nacionalista. Pero en el caso de Guatemala, si bien tengo opinión negativa sobre ciertas agendas que promueve, creo que por ello no debemos olvidar el papel tan importante de la ONU en la arquitectura internacional. Mucho de los críticos de la ONU, ignoran, por ejemplo, que ésta y las agencias especializadas de su “sistema” son responsables de las Misiones de Paz, de resolver disputas internacionales (Corte Internacional de Justicia), de establecer las normas de aviación civil (OACI), establecer estándares laborales (OIT), de regular las telecomunicaciones (ITU), de regular el transporte marítimo (IMO), de asegurar cooperación y estabilidad financiera (FMI), de la banca de desarrollo a países y empresas privadas (Banco Mundial e IFC), administrar el andamiaje de la propiedad intelectual (OMPI), y de particular importancia ahora en esta crisis, proveer asistencia en materia de salud pública (OMS) así como un largo etcétera. Lo anterior es importante subrayarlo, porque la vida moderna depende en gran medida a este andamiaje internacional que EEUU construyó después de la Segunda Guerra Mundial para buscar la cooperación internacional. Los expertos en todas sus agencias son un gran acervo de conocimiento que ahora está siendo ignorado por intereses nacionalistas.

En esta época que casi todos los países del mundo están sufriendo de los embates del COVID-19, considero de gran importancia enfatizar que la cooperación internacional en abordar los problemas públicos globales es la mejor forma de mitigar los daños que causará. Lo mismo se puede decir de otras problemáticas globales como el cambio climático. La ONU no es “toda mala” como algunos propugnan. EEUU está pagando caro el menosprecio a las recomendaciones de los expertos de OMS al minimizar, por mucho tiempo, la seriedad de la pandemia. No cometamos los mismos errores y no nos confundamos con la labor de la ONU.

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