Adrian Zapata

zapata.guatemala@gmail.com

Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Por: Adrián Zapata
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En el mundo la conciencia de género ha ido avanzando. Las movilizaciones de mujeres efectuadas el pasado domingo, particularmente en algunos países de América Latina, fueron una expresión de este progreso.

Es positivamente sorprendente la magnitud de la manifestación realizada en México. También es sorprendente la diversidad etaria de las participantes, así como su carácter pluriclasista.

Sin embargo, como suele suceder, hubo “moscas en la sopa”. Algunas mujeres irrumpieron en la caminata efectuando actos “vandálicos”, es decir pintando el patrimonio público y afectando el privado. De igual manera, algunas mujeres participantes en esta marcha, y en otras, agreden a los hombres que simpatizan con sus causas, simplemente por el hecho de ser hombres. Estas acciones extremas sin duda son condenables, pero también explicables porque el resentimiento que provoca la exclusión histórica suele tomar formas irracionales.

Me parece importante aprovechar esta afortunada toma de conciencia de género para plantear algunas reflexiones.

El origen de esta conmemoración se ha ido diluyendo, al extremo que estaba transitando hacia su banalización, casi como el “día del cariño y la amistad”. Se les regalaba flores a las mujeres, algunas se juntaban para “celebrar su día”, tal vez tomando un cafecito en alguna elegante cafetería.

Afortunadamente esta vulgarización se ha ido revirtiendo debido al avance en la conciencia de género al cual nos estamos refiriendo. Pareciera en este indiscutible progreso que las reivindicaciones que han logrado movilizar esta conciencia son las relativas a la violencia que ellas sufren. La intrafamiliar, las violaciones sexuales, las agresiones en los espacios públicos, los femicidios (¿feminicidios?) en aumento, en fin todas esas conductas machistas que las afectan dramáticamente.

Esa sensibilidad en aumento ha conducido a una lucha pluriclasista, ya que las reivindicaciones son comunes a todas las mujeres, sin importar su clase social. Me parece importante señalar que este nuevo contenido de la lucha de las mujeres de alguna manera la distancia de sus orígenes sociopolíticos, sin que este distanciamiento necesariamente sea negativo. No hay que olvidar, por mucha amnesia que se inyecte por parte del pensamiento hegemónico, que sus orígenes están directamente relacionados con la reivindicación de sus derechos laborales y políticos. La sobreexplotación, la marginalidad en el ejercicio de sus derechos políticos, son las principales raíces de esta irrupción de las mujeres en las luchas sociales. Es difícil explicarlas sin asociarlas al pensamiento socialista que les daba perspectiva.

Sin embargo, no hay que olvidar que la existencia de una sociedad patriarcal con el machismo que le es inherente y que provoca la violencia que de distintas manera ellas sufren, es incompatible con el ideal socialista.

Por eso las luchas actuales de las mujeres que han llegado a rebasar los anclajes de clase, no debe diluir la realidad prevaleciente. Las mujeres campesinas, las obreras, las que se encuentran reducidas a las tareas domésticas (reproducir generacional y cotidianamente la fuerza de trabajo), es decir la inmensa mayoría de ellas, siguen teniendo reivindicaciones de clase que deben ser reposicionadas en este escenario de auge de la conciencia de género.

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