Mañana se celebra mundialmente el Día de la Mujer, fecha propicia para destacar el concepto fundamental de la más plena y absoluta igualdad de derechos por los que se ha luchado durante tantos años y materia en la que, tristemente, aún queda muchísimo por hacer. Es cierto que, especialmente a lo largo del siglo pasado y lo que llevamos de éste, se han notado avances que no se pueden despreciar ni ignorar y que han permitido comprobar la igualdad de capacidades y, como resultado de ello, hay notables avances porque la mujer se ha sabido ganar el respeto y la admiración en aquellos lugares donde se le ha garantizado el acceso a posiciones que antes les estuvieron vedadas.
No se pueden ocultar los avances, pero tampoco se pueden ocultar los rezagos que aún existen y que, en el caso concreto de Guatemala, son muy notorios y se incrementan exponencialmente cuando hablamos de mujeres indígenas, que son buena parte de nuestra población, contra quienes los niveles de discriminación y marginación son todavía mayores, producto de los fuertes y arraigados resabios de un machismo racista que sigue prevaleciendo.
Si bien es cierto que la situación de la mujer hoy no es la misma que existía hace cien años en todo el mundo, eran tan grandes los rezagos que todavía queda mucho por hacer. La mujer se ha logrado abrir espacios en el área laboral, pero sigue viéndose que en términos generales existe una tendencia a que, haciendo los mismos trabajos, reciba menores salarios, fenómeno que ha sido plenamente documentado en sociedades más desarrolladas y que se convierte en uno de los reclamos del movimiento feminista en los mismos Estados Unidos.
Aquí todavía estamos en pañales en término de los avances de la mujer y no son infrecuentes desplantes como el que hizo el heredero del caudal político y de las formas de Arzú cuando, con todo desprecio, quiso hacer burla del planteamiento de la diputada (mujer e indígena) Vicenta Jerónimo cuando ella criticó que el Congreso pague almuerzo a los diputados. Hablando con la boca llena, el joven exponente de una arraigada corriente, la emprendió despectivamente concluyendo con la petición de que la diputada renuncie si no está contenta con la forma en que él ha manejado el Organismo Legislativo.
El hecho no es algo aislado y por lo mismo lo traemos a colación porque es reflejo de una cultura arraigada que se pasa de generación en generación y que refleja actitudes que se indignan porque mujeres indígenas expresen verdades desagradables.