En el curso de una semana el proceso de elecciones primarias del partido Demócrata en los Estados Unidos sufrió un vuelco inesperado porque prácticamente se redujo a la disputa entre Joe Biden y Bernie Sanders, quienes representan posturas muy distintas tanto en el tono como en lo que cada uno significa por sus propuestas y por su pasado. Entre los electores demócratas, sondeados en las primarias del Supermartes, se hizo evidente que para la mayoría lo que más importa es quién de los aspirantes está mejor posicionado para ganarle a Donald Trump, dejando al margen otras aristas del debate.
Sanders se ha perfilado como un político alejado de la estructura formal (establishment) del partido y de hecho antes de postularse en la elección pasada era un senador independiente y se define como un socialista, lo que le genera algunas simpatías fuertes dentro de un reducido espacio de la ciudadanía que le sigue con lealtad ciega, pero también despierta muchas inquietudes y resquemores entre demócratas menos liberales que ven con preocupación algunas de sus propuestas.
Obviamente el candidato del sistema es Joe Biden, quien se ha nutrido con el respaldo de quienes hasta esta semana fueron sus competidores en las elecciones primarias y tengo la impresión de que, como ocurrió con Hillary Clinton hace cuatro años, será finalmente el proclamado por esos apoyos que está recibiendo y que vinieron a revivir su debilitada candidatura. Probablemente sea capaz de unir a más demócratas bajo la idea de que él tiene mejores posibilidades de enfrentarse a Donald Trump, pero no puede pasarse por alto el daño que le hicieron las actuaciones de su hijo quien, a mi juicio, se aprovechó de la posición de poder del padre para hacer negocios personales muy rentables. No puedo afirmar que haya habido actos de corrupción o que se haya violado alguna ley, pero no me cabe duda que se violentaron principios éticos fundamentales.
Claro está que siempre se podrá decir que la familia Trump le está sacando más raja al poder de lo que pudo hacer el hijo de Biden, pero mal de muchos es consuelo de tontos.
El talón de Aquiles de Biden va a estar en los insistentes señalamientos en contra de su hijo y la campaña de Trump se orientará a atacarlo inmisericordemente, tal y como lo hizo con Hillary Clinton y el célebre canto de campaña de “Lock her up”.
Con todo ello creo que Biden podrá obtener, como Clinton, mayoría de votos, aunque tengo dudas de que pueda obtener la mayoría de votos en el Colegio Electoral que es un mecanismo totalmente antidemocrático pero constitucional. El electorado que entiende el daño que a la democracia y al futuro de la nación hace un presidente como el actual, que ha denigrado la institución presidencial con abusos y caprichos inexcusables, deberá volcarse graníticamente unido en noviembre si quieren sacar a Trump de la Casa Blanca.
Lo cierto es que se avecina una de las más duras y sucias campañas presidenciales en la historia norteamericana porque el tono será marcado por el mismo Presidente, quien disfruta en ese ambiente. Y habrá que ver si la idea de Michelle Obama, de que mientras más bajo cae el enemigo más alto tiene que ir uno, da resultado y rinde frutos en esta ocasión.