Juan Jacobo Muñoz Lemus

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"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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Juan Jacobo Muñoz Lemus

Todo lo que se sale del equilibrio natural y dinámico, se destruye.

Ahí está la naturaleza como prueba. Se abrirá camino siempre, aunque tenga que matar despiadadamente a cualquier especie, incluyendo la humana.

Los menos atentos a esta condición irrenunciable, somos los seres humanos. Los animales y otros seres, atenidos a las pautas rígidas de lo original; muchas veces el instinto y la selección natural, son más cuidadosos y menos autodestructivos.

El humano es distinto, y en su mágico afán por ser más grande de lo que le corresponde, intenta lo que no debería y termina pagando cara la osadía.

Somos proclives a la comparación con otros y constantemente estamos envidiando los alcances, logros y habilidades de los demás; con la pésima conclusión de creer que en mucho son mejores que nosotros. Lo pongo en plural, porque a ellos les pasa lo mismo con nosotros. Alguna gracia tenemos todos, y el que no la tiene, la desea para sí. Decir que esto es infantil resulta innecesario, cualquiera sabe que así es. Solo un niño podría quererlo todo, y creer que algo aislado, representa al todo precisamente. Pero quiero explicarme mejor, con un ejemplo que da la propia realidad.

Existe en la naturaleza un animal fascinante, la mangosta. Se le conoce y admira, porque es capaz de batirse con uno de los animales más peligrosos de la vida silvestre, la cobra. Cualquier otro que se comparara con ella, se sentiría fácilmente devaluado, ante semejante capacidad. Pero claro, los demás animales no saben, que la mangosta nació como un depredador natural de la cobra, y que tiene una gruesa capa que impide a las serpientes introducir fácilmente su veneno en el cuerpo del pequeño roedor. No es inmune totalmente al veneno, pero sí, mucho más resistente, hasta veinte veces más que otros de su mismo peso. Posee receptores que liberan una sustancia que inhibe los efectos tóxicos del veneno.

La mangosta no decide ser así, simplemente es así y no se compara con otros, ni lamenta el no tener habilidades que tienen otras especies. Los humanos hacemos eso, e idealizamos lo que nos deslumbra.

Admiramos esa habilidad inusitada para vencer cobras, sin reparar en otras cualidades. A nadie le importa que la mangosta sea un animal activo durante el día, que sea sociable y que viva en madrigueras formando colonias de diez a quince individuos, donde cada uno juega un rol. Tampoco que haya algunas que tienen hábitos solitarios, y se junten solamente para aparearse. Y tampoco que discriminen entre parientes para evitar la endogamia. Lo único que importa y llama la atención, es que matan serpientes venenosas de entre tres y cinco metros de largo, cuando ellas difícilmente alcanzan los setenta centímetros.

En estado silvestre, las mangostas cazan animales más pequeños que ellas, y si los hay disponibles, no van por las cobras para consumirlas, aunque tengan la habilidad.
Desgraciadamente, el ser humano en su manía de encasillarlo todo, se concentró en el dato de la cobra, y ha fomentado con fines maliciosos, peleas organizadas entre serpientes y mangostas. El espectáculo además de ser degradante pone en riesgo muchas cosas, incluyendo la estabilidad de las especies animales involucradas.

Se requiere humildad para aceptar lo que se es, y valor para sobrellevar lo que no. El ego es donde sentimos que no se nos valora y que debemos exceder nuestros límites, para ser reconocidos y admirados, incluso por nosotros mismos.

Cuando se nos mete en la cabeza tener superpoderes, todo pasa a ser kryptonita.

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