Cartas del Lector

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Espartaco Rosales

El 14 de febrero de 1934, a las seis de la mañana, justo cuando en la Ciudad de Guatemala retumbaban los cañonazos de salva con ocasión del tercer año de ascensión al poder del dictador Jorge Ubico Castañeda, nació Ricardo Rosales Román, mi padre.

Hijo de Ricardo Rosales Martínez y Elvira Román, no hay ninguna fotografía que lo muestre siendo niño. Sin embargo, sé que desde pequeño fue inquieto, que le gustaba escuchar a su padre mientras le leía textos de historia de Guatemala y que todos los sábados salía de su casa ubicada en El Gallito, en la zona 3, para llevar los tamales que la noche anterior había preparado su madre, a la tienda del tío Guillermo, en donde serían vendidos como pan caliente.

Tal vez su primera imagen es una fotografía en blanco y negro en la que aparece junto a un grupo de estudiantes del Instituto Normal Central para Varones, en donde estudió. Allí se le ve sonriente, delgado. Lleno de vida. Junto a él está Otto René Castillo, Carlos Guillermo Herrera, Jorge Rivera Lima y otros jóvenes con los que compartió experiencias, sueños juveniles, lecturas y algunas aventuras.

En aquella época, mi padre se inició en la vida política, la cual combinaba con la lectura de textos de Walt Whitmann, César Vallejo y muchos otros. Escribía poesía y participó con éxito en distintos concursos de oratoria.

Cuando abrazó la carrera de Derecho, conoció a amigos entrañables como René Arturo Villegas Lara y Ottoniel Fonseca. Poco después ingresó al Partido Guatemalteco del Trabajo, PGT, recibiendo el carnet de militante de manos de Bernardo Alvarado Monzón. Su vida dio un giro total. Y, casi al mismo tiempo, se comprometió para siempre con su compañera de toda la vida, Ana María Arroyo Quan. Juntos, iniciaron una historia de amor que perduró por mucho más de cincuenta años.

A los 40 años, fue electo Secretario General del Comité Central del PGT, cargo que ocupó hasta la disolución del partido tras la firma de los Acuerdos de Paz, de los que fue signatario, como miembro de la Comandancia General de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca, URNG. Para entonces, se le conoció con el nombre que adoptó en la clandestinidad: Carlos Gonzáles. Posteriormente, fue diputado al Congreso de la República y columnista del Diario La Hora.

El 2 de enero de este año, mientras dormía, mi padre falleció. El 14 de febrero hubiera cumplido 86 años. En su lápida, como epitafio, un fragmento del Arte poética de Otto René Castillo resume, me parece que íntegramente, el sentido que siempre dio a su vida: “Hermosa encuentra la vida/ quien la construye hermosa”.

Sirvan estas líneas para recordarlo con todo mi amor.

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