Alfonso Mata
Viejas enfermedades reaparecen y nuevas crecen; la desnutrición y las infecciones persisten. Y ante eso, evidentes contradicciones se desarrollan en nuestro sistema de salud nacional y las escuelas de medicina continúan con su énfasis en curación y los posgrados en salud pública al formar profesionales de la salud se topan con un sistema dedicado en un 80% a lo curativo, lo que invalida las formaciones de posgrado.
De tal manera que sin principios de salud implementados de manera correcta dentro del sistema de salud, tanto teórica como prácticamente no podemos pretender control adecuado de los problemas epidemiológicos nacionales y ello empieza con la transformación de la formación académica simultáneo a cambios en la política nacional de salud.
En primer lugar, el trabajo del salubrista se debe centrar en un convencimiento de conciencia y no solo en aprendizaje, ya que el hacer salubrista, debe comprometerse con personas y no con conocimientos específicos de diagnóstico y tratamiento del enfermo y en técnicas al respecto. Por consiguiente, el trabajo salubrista es la comprensión de la enfermedad como objeto sobre el cual actuar y no sobre el enfermo, incluyendo el cómo la enfermedad afecta a la persona, su comportamiento y evolución y cómo protegerse de ello. De tal manera que el centro del contacto del salubrista con las personas, se dirige específicamente a una oportunidad de cómo prevenir enfermedades y promover la salud. A partir de ello, el proceso de planificación del trabajo de salubridad se centra en un tercer principio: entender y actuar sobre “la dinámica demográfica, las políticas y regulaciones sociales financieras y el ambiente”. La interacción de todos esos factores constituye y conforma “poblaciones a riesgo” y forma los mayores determinantes a atender en relación a la morbilidad y mortalidad de una población.
Pero hay otro hecho que resulta medular: No se puede comprender realmente las necesidades y preocupaciones de salud de una comunidad, a menos que se empodere realmente la comunidad, de lo que hace y quiere hacer el sistema. Ser miembro de una comunidad permite comprender los contextos sociales y políticos de poblaciones y pacientes y de esa forma se forma un lazo de enseñanza y aprendizaje entre profesional y población.
El trabajo del salubrista es en buena parte escuchar y analizar esos aconteceres de la salud enfermedad en su comunidad, a la luz de la epidemiología y la ciencia para comprender mejor la vida de las poblaciones y los desafíos que enfrentan cada día y apoyarlos en su solución.
Al final, mediante el uso juicioso de investigaciones y el manejo adecuado de la planificación, el salubrista puede asegurarse de que las poblaciones tengan la interpretación adecuada de su salud y se lancen a la realización de acciones, para ubicar con claridad la atención social, ambiental, financiera y política que necesita una comunidad saludable.
Por consiguiente, enseñar y practicar la salud pública en nuestras comunidades, debe ser una combinación de «conocimiento científico, participación social y cuidado amoroso». Un entendimiento cabal y completo de ello, solo es posible si se cuenta con una capacitación universitaria que influya en el tipo de profesionales de la salud con esos principios y valores. Necesitamos expandir nuestro compromiso con la educación y capacitación de salubristas.