Gustavo Marroquín Pivaral

Licenciado en Relaciones Internacionales. Apasionado por la historia, el conocimiento, la educación y los libros. Profesor con experiencia escolar y universitaria interesado en formar mejores personas que luchen por un mundo más inclusivo y que defiendan la felicidad como un principio.

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Gustavo Marroquín Pivaral

Desde que tengo memoria he sido un apasionado por la historia. Siempre me he sentido realmente cautivado ante las hazañas de grandes figuras históricas como Napoleón, Julio César, Aníbal Barca, Federico II el Grande de Prusia, Alejandro Magno, Pedro el Grande de Rusia y muchos otros grandes personajes que han dejado su legado a la posteridad. A mí siempre me ha gustado analizar estos temas, pero la historia suele ser de las disciplinas que menos gustan a los estudiantes escolares, e incluso, suele ser vista como una ciencia tediosa, aburrida, monótona y sin importancia. Si le agregamos una timidez natural que siempre he tenido con el gusto por la historia, podríamos decir que tenía la receta para ser “distinto” al resto. Pero en esos años escolares el ser “distinto” no era algo necesariamente bueno.

Al graduarme de la universidad me sentía aún más desorientado en cuanto a qué hacer con mi vida al haber completado mi etapa escolar. Trabajé en muchos lugares y en muchas áreas que la gran mayoría de las veces no tenía nada que ver con lo que a mí me gustaba, y peor aún, en lugares que me hacían sentir infeliz e inútil. Durante años me sentí sin rumbo en esta vida, me sentía uno más en la sociedad… sin peso ni trascendencia. No fue hasta los 29 años que supe que quería dedicar mi vida a ser profesor, a los libros y a tratar de influir destinos y vidas a través de la educación.

Considero que tuve dos puntos de inflexión en mi vida. El primero fue la increíble suerte de un día cualquiera, hace 7 años, de toparme con un libro de la Segunda Guerra Mundial que volvió a despertar en mí la salvaje pasión por la historia. Esto me llevó a convertirme en un devorador de libros y a dar mi primera clase en la Universidad Francisco Marroquín. Por primera vez en mi vida sentía que era bueno para algo, que tenía trascendencia y que mi existencia tenía valor. El segundo punto de inflexión fue el año pasado cuando trabajé siendo profesor escolar y tuve el privilegio de tener bajo mi responsabilidad a casi ciento ochenta estudiantes adolescentes. Fue en esta etapa como profesor de colegio que aprendí que es más importante motivar, inspirar, inculcar el valor de perseguir los sueños y a defender la felicidad como un principio que a dictar lecciones interminables y sin sentido. Fue ese año del 2019 que decidí que yo iba a dedicar el resto de mis días en este mundo a ser profesor.

Como bien dice Eduardo Galeano: “Enseñar es enseñar a dudar”. Considero que la educación, junto con una buena dosis de escepticismo ante un mundo plagado de credulidad, es una herramienta sumamente poderosa para ayudar a construir identidad, empoderamiento y puentes hacia un futuro más inclusivo. La ignorancia es peligrosa, pero lo es aún más la ilusión del conocimiento. En un mundo que se ahoga con información, debemos aprender a que información no es lo mismo que conocimiento.

Esta vida es demasiado corta para dedicársela a algo que a uno no lo apasiona. Desde que decidí ser profesor sabía que iba a ser muy difícil tener un buen salario, y no negaré que esto ha sido difícil en una sociedad donde todo se trata de dinero. Pero cada día que me toca impartir mi cátedra, me siento libre y feliz. Y esto a la larga, para mí, vale más. Cierro con la siguiente frase que define mi misión: “Si ayudo a una sola persona a tener esperanza, no habré vivido en vano”.

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