El Plan de la Alianza para la Prosperidad se lanzó con bombos y platillos en tiempos de Obama para generar inversión en los países centroamericanos generadores de migración, a efecto de que los pobladores pudieran encontrar en sus países las oportunidades que históricamente se les han negado. Sin embargo, la canalización de esos recursos no se hizo de manera tal que pudieran tener un impacto en las condiciones de vida existentes en los sitios generadores de más migración y el plan terminó fracasando lamentablemente.

Ahora se habla de una nueva iniciativa norteamericana bautizada como América Crece en la que se propone nuevamente canalizar importantes cantidades de dinero para promover la inversión capaz de generar no sólo empleo sino oportunidades, pero se corre otra vez el riesgo de que, canalizado en la misma forma, ese dinero termine también siendo inútil porque no se está apostando a invertir de manera directa en nuestra gente.

Distinto sería si esos recursos se utilizaran para promover inversión directa que permita a los mismos pobladores emprender negocios en pequeña escala que sean capaces de crecer gracias al empuje y dinamismo de nuestra gente. Por medio de cooperativas o créditos pequeños destinados a la generación de negocios se puede promover un desarrollo importante en regiones que han permanecido abandonadas por el Estado, no digamos por la inversión privada que no llega a considerar a esos pueblos hundidos en la miseria como un mercado atractivo e interesante.

Estudiar las causas del fracaso del Plan de la Alianza para la Prosperidad es clave para el rediseño de un nuevo plan de inversión. El anterior fue manejado por el Banco Interamericano de Desarrollo y sería interesante que con el mismo banco se hiciera una evaluación profunda de las causas por las que esos fondos no dieron ningún resultado. Es importante determinar a dónde fueron a parar para que no se cometa el mismo error y se vuelva a pensar en los mismos mecanismos.

Las embajadas de Estados Unidos en estos países deben hacer una evaluación valiosa de lo que significó esa “ayuda” y a dónde fue a parar. Es imperativo analizar los programas impulsados por el BID con ese dinero de los contribuyentes norteamericanos para detectar los errores, posiblemente de buena fe, pero que hicieron estéril la inversión.

Insistimos en que por más muros y barreras que se impongan, la migración seguirá en la medida en que la gente acá se muere de hambre, literalmente, pero si la inversión propuesta no llega a su destino, de nada va a servir.

Redacción La Hora

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