Alfonso Mata

Un alta hospitalaria, el fin exitoso de una campaña de vacunación, dice mucho del hacer de la enfermera.

Conocimiento, adaptación y rutina es el centro de la formación de la enfermera; pero el alma de esa profesión queda totalmente anónima para nuestra sociedad en medio de la multitud de enfermos y enfermedades atacadas por delante por el médico y por detrás por el cuerpo de enfermeras; dejando en todos los casos a un lado, el reconocimiento del arduo trabajo de aquella alma abnegada, que vela por el estado del paciente de día y de noche. Acaso miento, ¿recuerda usted el nombre de la o las enfermeras que asistieron en su cirugía, en la cama del hospital, que llevaron el control de su hijo en el centro de salud, que le ayudaron a parir?

Siempre ronda en mi memoria, aquella figura, que más que caminar flotaba por las salas del hospital o los caminos de las aldeas, pues para ella todo es urgente y decisivo, nunca hay un minuto que perder y en su voz, su sonrisa, su moverse agitado, siempre segrega una ideología en que todo es para ahorita.

Y qué decir de su misión: conducirse con amor y sabiduría dentro del laberinto del dolor y el sufrimiento de decenas o cientos de pacientes, sin emitir un quejido y obligada a aliviar lo ajeno y olvidarse de sus penas y cuitas o a posponerlas.

Y qué decir de sus sueños durmientes dentro de los papeles y notas de evolución e informes que a diario redacta con alma altruista, indicando: mejorado, sin cambios, resuelto. Palabras que la hacen saltar al que más la necesita, sin tener tiempo para deleitarse de satisfacción por su deber cumplido.

Y qué decir de su relación con el médico. De esas largas charlas a cualquier hora del día con él. Ella es la que lo informa, orienta y muchas veces le sugiere sobre el campo entero de la evolución del paciente, la salud de la comunidad y le propone, aunque tímidamente, si con conocimiento y experiencia, lo mejor para el enfermo, la comunidad. Es la vista y los oídos, así como las manos del sistema de salud. Son ellas las que abarcan en toda su extensión la problemática viviente de la salud, tratando de aliviar algo por aquí y por allá.

Somos buenos los humanos, enfermos o no, para evocar nuestras penas, sufrimiento y dolores, pero no para agradecer a aquel que nos oyó, tendió la mano y aconsejó, y sobre todo nos cuidó y acompañó en nuestros pesares, pues las consideramos nuestras “servidoras” y no la desposada de nuestros dolores y sufrimientos y en nuestra soberbia, nos olvidamos de su caridad para confortarnos y soportarnos en interminables jornadas.

Ojalá el deseo de la OMS de declarar el 2020 año de las y los enfermeros, no caiga en un enjambre de actos, cuando lo que necesita tan noble profesión es una reivindicación social y un reconocimiento académico a la par de todas las profesiones. Esas instauradoras de vida, merecen ser elevadas no solo a la admiración de la población, sino a una revalorización de su importancia en nuestro mundo.

Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

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