Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Afirma Carlos Manuel Pellecer –en uno de sus libros– que el armamento adquirido para pertrechar a la que se llamó “La Legión del Caribe”, que ya pocos recuerdan, y que tuvo gran importancia geopolítica en la región ¡al nivel más alto!, fueron compradas y negociadas por Arévalo (ya Presidente) en la Argentina –para beneficiar a D. Pepe Figueres– que construyó con ellas la revolución costarricense –digamos que de 1948– porque esa “batalla” tuvo varios capítulos. Teóricamente esas armas servirían para derrocar después a Rafael Leónidas Trujillo (inerme pajarillo según la Legión).

A su turno –y en tercer lugar– botarían a Anastasio Somoza y así sucesivamente hasta acabar con todos los autócratas de derecha en la región de C.A. y del Caribe. En esta cruzada de depuración no he visto el nombre de Árbenz comprometido porque –para él– tenía otro sentido y ¡función! ese armamento que F.J. Arana quería monopolizar y tener en orden. Con todo derecho, porque Arana era el jefe o director del Consejo Superior de la Defensa, cargo que nombraba el Congreso y superior al de Ministro de la Defensa que desempeñaba el Cnel. Jacobo Árbenz.

Digresión: menciono y tomo muy en cuenta lo dicho por Carlos Manuel Pellecer porque aunque se le tilde de tránsfuga fue –en su momento– uno de los tres escritores más leídos y populares y un novelista muy apreciado. Pero hoy completamente olvidado. ¡Qué pena!

La siguiente misión de la “Legión del Caribe” –como he dicho– que derrocaría y serviría para tumbar al generalísimo Rafael Leónidas Trujillo que, a la par de Jorge Ubico, Ubico era una babucha vieja que sabía causar temor pero no terror. Trujillo en cambio sembró el terror y casi fue un Papa Doc haitiano, finalmente compartían la misma isla y las mismas mañas de pánico y espanto.

La cosa es que el meollo y factótum de todo el cambio histórico que significó que ya F.J. Arana no compitiera para Presidente de la República fue, en buena parte, el tema de las armas, compradas por Arévalo en Argentina para que sirvieran en la cruzada organizada también por Arévalo Bermejo para derrocar a todos los presidentes del área que, al menos para el Dr. en Pedagogía y para don Pepe Figueres, fueran representativos de autoritarismo, exclusión y vasallaje como en El Príncipe de Macchiavelli.

Pero las armas también sirvieron para conjurar, conspirar y maquinar la muerte de F.J. Arana cuando para hacer acopio de ellas, en manos digamos que de La Legión (porque el legionario era Arévalo y no Arana) se montó una tragedia nacional, porque para muchos –como mi padre que hasta exilio sufrió por él y desde luego yo también– el coronel Francisco Javier Arana era el verdadero adalid de la Revolución del 44: ídolo y casi semidiós para las masas populares, para el Ejército de derecha y la alta burguesía, que intentaría volvernos a los tiempos de Ubico. A ese prometer (primero) y mentir después en torno al supuesto final de la miseria, de la escasa escolaridad, la salud y la seguridad; y esas promesas en todas la campañas, ya hace 200 años comprobables por lo menos, son: Aycinenismo e inmutablidad.

Finalmente las dichosas armas sí sirvieron para atacar a Santo Domingo o cercanías donde vivía la fiera tropical o al menos las bombas cayeron en alguna playita deshabitada. Pero más corriendo que andando tuvieron que salir los cruzados de la democracia, antidictadores de extrema derecha, porque Rafael Leónidas les quemó todo.

Armas con una historia que estremece y que para un escritor de Historia de mentiras históricas, le vendría como anillo al dedo.

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