Mario Alberto Carrera
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Hace unos ochenta años el indígena era todavía un “trabajador obligado”. Por otra parte, caía –exclusivamente sobre él– la famosa “ley de vialidad” de Ubico, “gracias” a la cual se construyeron muchas carreteras sin pagar la “mano de obra”. Por último –como el más ominoso rasgo medieval– en las fincas había cárceles o bartolinas donde los indígenas y campesinos ladinizados que levantaran la voz al amo, le faltaran al respeto o se emborracharan, iban a dar con sus huesos por unos días a aquellas prisiones feudales, sin pasar por Policía o por juez.
“El muro” –capítulo de la novela “Caos” de Flavio Herrera (uno de nuestros mejores novelistas, olvidados) nos cuenta cómo por los años 30 o 40 del siglo pasado, se levantaba un auténtico muro de vituperio –entre el hacendado y sus “colonos aborígenes” que ni siquiera el de Berlín estaba construido con tantos odios.
Desde hace unas tres o cuatro décadas las señoras “de la sociedad” y las que respiran por la respingada nariz de ellas (operadas o no) se cuelgan chachales, visten güipiles o cobaneros collares y organizan museos (para lavar la culpa) y montan conferencias y mesas redondas donde se debate sobre los diseños geométricos de los güipiles, para ver si pueden desentrañar su significación cósmico-ontológica. Pero cuarenta años atrás nada de eso se daba sino todo lo contrario. De ello he dejado testimonio en mi libro de cuadros de costumbres titulado “Costumbres de Guatemala” hoy olvidado, también, cuando en su día fue un best seller. Para las señoras de Guatemala de aquel entonces (como mi madre) los trajes indígenas como los chachales y las tradiciones “mayas” sólo podía arrancarles un sonoro ¡chish!
La mente burguesa de Guatemala se ha hecho creer a sí misma, como en el experimento de los perros de Pávlov (condicionamiento) la nauseabunda fantasía de que el indígena es un ser de “segunda o tercera categoría, igual que muchos gringos supremacistas frente al negro o al latino (porque todavía piensan como “En lo que el tiempo se llevó” o como en “Caos” de Flavio) que porque son blancos-blanquísimos, de ojos claros y pelo rubio (como una caricatura de Trump) son el ombligo del mundo y con condicionamiento (Pávlov) se imaginan la raza superior, como antes a las mujeres se las imaginaban sólo como máquinas de hacer y amamantar muchachitos.
Yo creo en la superioridad humana diseñada por Nietzsche en su superhombre: en el “Zaratustra”. Pero esta superioridad se ha de demostrar en situaciones, posiciones, ocupaciones y circunstancias orteguianas. El solo color de la piel no hace a nadie superior sino lo que tiene en sus sesos y en su corazón. Hay que aprobarlo –para serlo– el test del color del corazón y la razón. Todavía surge en la mente de la mayoría de burgueses o aburguesados (por imitación) la duda de si el indígena es inferior, que ya se debatía en los siglos XV y XVI gracias a Fray Bartolomé que ganó esta batalla ante Carlos V o Felipe II.
Venimos remando en las aguas podridas de este debate desde hace siglos y aún la supremacía tiene supervalor. Está ultra valorada en Europa y en Estados Unidos, especialmente. Porque ¿cómo creen que se refieren a nosotros (latinos en USA) en España?, sudacas. Claro que ello depende de en qué “circunstancia orteguiana” llegue usted a la Madre Patria…
La perspectiva de la alta burguesía y grandes terratenientes de Guatemala no ha variado gran cosa desde los tiempos de Carlos V y Las Casas. El día que esta perspectiva y aprehensión cambien, cambiará Guatemala. El día que la tierra sea para muchos y no sólo para unos pocos, surgirá una nueva Guatemala.