Eduardo Blandón

Durante muchos años pasé sin ver a mis padres en estas fechas navideñas. Eso me transformó en un sujeto arisco y esquivo particularmente de estos días. Prefería refugiarme en mis libros, en el aislamiento y en la negación de cualquier viso de felicidad. Me parecía que nada llenaba mis horas en una solemnidad cristiana que era (es) toda alegría.

Por increíble que fuera, sin embargo, en muchas de mis intervenciones públicas manejaba un discurso de gozo. Conociendo el simbolismo del período, celebraba el advenimiento de Cristo e invitaba con bombos y platillos a llenarse de júbilo por la venida de Nuestro Señor Jesucristo. En mi corazón, con todo, había tristeza.

No bastaba la terapia personal, la disposición al cambio ni nada que se le parezca para reanimar mi espíritu. Lo mío era el desánimo por la separación física de mis padres. Desde los quince años y por más de cinco (quizá más), estuve separado de ellos, extrañándolos para celebrar el 25 de diciembre con un abrazo, una cena y expresiones de buenos deseos.

Por fortuna, la vida cambia y logré sobreponerme al espíritu Grinch. Con el nacimiento de mis pimpollos comprendí que no debía seguir cultivando ese bajón extensible a lo largo y ancho de mi espacio vital.  Hasta llegar hoy a vivir con alegría las fiestas de Navidad.  Ya no predico ni anuncio la venida de Cristo, pero vivo de verdad el sentido de las fiestas cristianas.

Todo ello, además, me ha llevado a comprender el sentimiento de los que viven en el extranjero, lejos de su país, amistades, familia y hasta conocidos. Sin probar la comida de su pueblo ni vivir la algarabía propia de nuestras comunidades con su pólvora, ingesta de licor y abundancia de comida típica.  Entiendo los suspiros y comentarios de quienes viven a veces trabajando para matar el mal sentimiento y llenar las horas de depresión.

Es una verdad meridiana, no hay nada más triste en estas fechas que estar lejos.  Ya se puede tener años de vivir en otro país, el frío congela los huesos y la memoria se pone en estado melancólico. Y casi nada puede evitar el anhelo de retorno, la duda de si ha valido la pena dejarlo todo para emprender una empresa incierta.  Y sí, muchos hacen la lucha, se integran a sus comunidades y comparten comida extranjera, por dentro, sin embargo, suspiran por lo que extrañan.

En fin, dejemos la tristeza. En esta fecha especial, quiero desearle a usted y su familia muchas bendiciones. No de las de mentiritas, esas que provienen de frases cajoneras y reiterativas. En serio, pido a Dios en el fondo de mi corazón que disfrute de buena salud, que sienta la dicha de vivir y comparta la felicidad con los que ama. La vida es breve y debe disfrutarla con intensidad con los suyos. No pierda su tiempo y exprese amor a esos que quizá tiene privados de sus sentimientos. No sea Grinch, vuélvase humano y por una vez en su vida sea tierno. Feliz Navidad.

Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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