Por: Adrián Zapata
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El pasado 9 del mes en curso, el PNUD presentó, desde Bogotá, su informe sobre Desarrollo Humano 2019, titulado “Más allá de los ingresos, más allá de los promedios, más allá de hoy; las desigualdades en el desarrollo humano en el siglo XXI”.
En dicho informe se reconoce que “la brecha en los estándares básicos de vida se está reduciendo para millones de personas, las necesidades para prosperar han evolucionado”, y reconoce también que han existido progresos sin precedentes en la lucha contra la pobreza en el mundo, en consecuencia, con uno de los objetivos de desarrollo del milenio que se había fijado las Naciones Unidas.
Para ser más específicos, y de acuerdo a informaciones confiables, en América Latina los datos sobre pobreza y su evolución son los siguientes, comparando los primeros catorce años del siglo actual. En su orden, los indicadores de pobreza rural, urbana, extrema rural y extrema urbana, en términos porcentuales, son: 64.1, 40.5, 27.3 y 8.0 en el año 2000; frente a 46.7, 24.3, 20.0 y 5.4, en el 2014. Hay en ese período una significativa tendencia al descenso. ¡Todos los indicadores disminuyeron! Aunque también hay que decir que en el 2016 esa tendencia lamentablemente se empezó a modificar, alcanzando el 48.6, 26.8, 22.5 y 7.2 por ciento. Dicho sea de paso, ese punto de inflexión de la tendencia pareciera coincidir con el triunfo de las opciones políticas de derecha, neoliberales, en el continente, aunque también podría corresponder a la caída del precio de los commodities. Pero lo que me interesa señalar es que la apreciación que hace el PNUD sobre los avances en América Latina en la lucha contra la pobreza tiene suficientes evidencias que la sustentan.
Por lo anterior es que el Informe del PNUD afirma que el hilo conductor para el Desarrollo es ahora la desigualdad, refiriendo que hay una nueva generación de ellas, en relación a temas fundamentales como la educación, la tecnología o el cambio climático, lo cual “podría desencadenar una ‘new great divergence’ en las sociedades, del tipo no visto desde la Revolución Industrial”. La inconformidad e indignación ante esas desigualdades está creciendo entre los ciudadanos latinoamericanos, ya que las mismas hacen que “la gente encuentra los peldaños eliminados de su escalera hacia el futuro”. Citando a Steiner, el Informe afirma que “La desigualdad no se trata sólo de cuánto gana alguien en comparación con su vecino. Se trata de la distribución desigual de la riqueza y el poder”.
Ahora bien, en ese mismo período, Guatemala fue en sentido contrario. De acuerdo a las informaciones del Instituto Nacional de Estadística, la pobreza aumentó entre los años 2000 al 2014. Pasó la general del 56.4% al 59.3%; y la extrema del 15.7% al 23.4%. Y comparando los últimos índices por área de vivienda, la pobreza general urbana es del 42.1%, mientras que la rural es del 76.1%, y la extrema es del 11.2% en el área urbana, frente al 36.3% en la rural.
Paralelamente, no hay evidencia alguna que nos diga que la desigualdad ha disminuido. En 2017 el coeficiente de Gini, que mide la desigualdad, fue de 0.63 (1 es lo más desigual), siendo de los más altos del mundo.
O sea que, en Guatemala, el Informe del PNUD es sólo parcialmente reflejo de nuestra realidad, ya que aquí coexiste una monstruosa relación entre pobreza generalizada y grosera desigualdad.