Víctor Ferrigno F.

Jurista, analista político y periodista de opinión desde 1978, en Guatemala, El Salvador y México. Experiencia académica en las universidades Rafael Landívar y San Carlos de Guatemala; Universidad de El Salvador; Universidad Nacional Autónoma de México; Pontificia Universidad Católica del Perú; y Universidad de Utrecht, Países Bajos. Ensayista, traductor y editor. Especialista en Etno-desarrollo, Derecho Indígena y Litigio Estratégico. Experiencia laboral como funcionario de la ONU, consultor de organismos internacionales y nacionales, asesor de Pueblos Indígenas y organizaciones sociales, carpintero y agro-ecólogo. Apasionado por la vida, sobreviviente del conflicto armado, luchador por una Guatemala plurinacional, con justicia, democracia y equidad.

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Los chapines enriquecemos el idioma y la cultura política del orbe.

Víctor Ferrigno F.

Como ya arrancó la vuelta Gadalupe-Reyes, la mara no quiere saber ni droga de los claveles nacionales, que los aflata cada día. Los muchachos lo que quieren es guaro y tocarle la tortuguita a la vecina en la próxima posada. Las güisas, en cambio, sueñan con amelcocharse con un maje que se amarre en serio con ellas, así que deben aprovechar el ambiente tuanis que provoca el aroma del pino y la manzanilla que adornan los convites.

Por eso, hoy les voy a comentar sobre los chapinismos, o sea, sobre nuestro hablado. Como lo hacen los guanacos o los catrachos, los chapines tenemos nuestro modo y manera de casaquear; saber si es más chida que la de ellos, pero es la nuestra ¡Idiay pué!

Hay unos rucos caqueros, que se las llevan de muy sabidos, quiandan diciendo que nuestro hablado es bien cholero, pero la verdad es que son unos ígnaros, pues el Paco Pérez de Antón, que es bien leído, se discutió un libro bien chilero, entitulado “Chapinismos en el Quijote”, en el que demuestra que nosotros aún casaqueamos como lo hacía el Caballero de la Triste Figura; quienquita que la coincidencia se deba a que el hidalgo estaba igual de desnutrido que la majada, y de tanta hambre disvariaba y veía micos aparejados, como las pobres doñas del monte que, de la pura debilidá creen, cada cuatro años, que votando por el candidato más labioso, les va a llegar la jama. Así que, aunque no sea cierto, presumamos que el lustre y fama de Cervantes se debe a que nos copió el hablado a los chapines. ¡Chilamierda! Total, el Baldy se fusiló una tesis doctoral y no pasó ni roncha; es cierto que lo entambaron, pero eso es por otras gruesadas.

Pero ya hablando la neta, lo que les estoy diciendo es verífico, pues se puede verificar. Hace cinco años nos visitó un señorón de bordón y levita, el meritito Director de la Rial Academia Española de la Lüenga, para informarnos que en la edición de 2014 del amansaburros, incorporaron mil 39 guatemaltequismos. Para que vean que también son copiones los meros tenazudos de la casaca fina. Ahora, con corrección lexicográfica ¡lamido el pisarrín! la “mara” de todo el mundo, que se dedica al “gürigüiri” en español, va a usar nuestros chapinismos, y podrán decirle “que no güeveye” a su presidente y reclamarle que se “bombeó” el pisto del presupuesto, exigirle que no sea “coche” ni “pajero”, y advertirle que si no devuelve las fichas le van a dar “moronga” o le van a tronar el “cutete”. Imagínese cómo somos de chispudos los chapines, que enriquecemos el idioma y la cultura política del orbe. ¡Somos cabál como don Quijote! cargando a memeche clavos ajenos, bien pizotes pero con tenis.

Pero ni creyan que el asunto es novedá. Varios autores propios y ajenos se han dedicado a volarle lente a este asunto. Jorge Luis Arriola se craneó el “Pequeño diccionario etimológico de voces guatemaltecas”, en 1954, el mero año en que los grenchos nos invadieron para imponernos a Caradihacha Castillo Armas, y a toda la sarta de cacos que nos desgobiernan y desvalijan. Después, en 1971, Daniel Armas publicó el “Diccionario de la expresión popular guatemalteca”. Alba María Ciani se discutió, en 1989, el libro “Así hablaban los abuelos”. La obra más completa sobre este berenjenal es la del tal Chejo Morales Pellecer, “Diccionario de guatemaltequismos”, publicada por Edinter, en 2001.

Varios e ilustres tatascanes de la casaca fina han contribuido a este esfuerzo de enriquecer los chapinismos, entre los que destacan don Miguelón Asturias y don Alfredo Balsells Rivera y, por supuesto, los obreros de la palabra –como ellos se denominaban– los maistros Manuel José Arce, con su columna “Diario de un escribiente”, y el inolvidable Gato Viejo, don Maco Quiroa, con su columna “Shute ques uno”.

Hoy termino con un pensamiento del mero tata de la cultura chapina, don Güicho Cardoza y Aragón: “Yo no pienso como indio ni como criollo, mestizo o español. Pienso, simplemente como guatemalteco”.

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