Emilio Matta

emiliomattasaravia@gmail.com

Esposo y padre. Licenciado en Administración de Empresas de la Universidad Francisco Marroquín, MBA de la Universidad Adolfo Ibáñez de Chile, Certificado en Métodos de Pronósticos por Florida International University. 24 años de trayectoria profesional en las áreas de Operaciones, Logística y Finanzas en empresas industriales, comerciales y de servicios, empresario y columnista en La Hora.

post author

Emilio Matta Saravia
emiliomattasaravia@gmail.com

Inicio mi columna de hoy expresando mi total solidaridad con el doctor Román Carlos, a quien no tengo el gusto de conocer en persona, pero que me lo han descrito como un profesional íntegro, además de ser una eminencia en su especialidad.

Titulo mi columna de esta forma, ya que en nuestro país enfermarse es un privilegio que pocas personas podemos costear. Que un medicamento cueste de cuatro a seis veces más en Guatemala que en países desarrollados como Francia o Estados Unidos (cuyos costos operativos como sueldos, prestaciones, renta de locales, etc. son mucho mayores a los que tenemos en nuestro país y por ende su margen bruto debería ser más alto que el que se tiene en Guatemala) nos da una idea del drama que esto representa para nuestros connacionales, principalmente para quienes tienen un menor ingreso.

Póngase usted, estimado lector, en los zapatos de una persona que gana el salario mínimo. Su sueldo no llega ni a tres mil quetzales al mes. Con ello debe usted pagar transporte al trabajo, alimentación para usted y su familia y vivienda. En algunos casos, cuota de “seguridad” a la mara del lugar. Y de repente, su hija o hijo se enferma. Primero debe ir a una clínica donde un galeno lo atenderá y probablemente le pedirá que le haga una batería de exámenes (que luego ni voltean a ver cuando uno se los entrega). Después, a la segunda o tercera cita, el médico le receta uno o varios medicamentos. Solo entre dos o tres citas, los exámenes y las medicinas, la cuenta puede llegar a mil quetzales. ¡Un tercio del ingreso familiar con una sola persona enferma! Eso es solo para diagnosticar la enfermedad e iniciar el tratamiento de la misma. Dios guarde que sea una enfermedad prolongada que requiera un tratamiento más oneroso. Si el principio de la enfermedad se lleva la tercera parte del ingreso de esa familia, cuánto más podría representar un tratamiento más largo. Para quienes somos padres, no existe peor sentimiento que el de ver sufrir a un hijo. No digamos el drama de no tener dinero para costear una enfermedad, o tener que tomar la terrible decisión de dar de comer a un hijo o darle medicinas al otro, porque no alcanza el dinero para ambas.

La solución a esta problemática no pasa únicamente por liberalizar el mercado de medicamentos y permitir que cualquier medicina, sin ningún tipo de control, ingrese al país. La competencia por sí sola no va a disminuir los precios, como creen algunos columnistas de opinión. Principalmente en un mercado donde la colusión de los actores principales empuja los precios de las medicinas al alza. Creo que, junto con liberalizar el mercado, debería ingresar un actor estatal integrado (empresa) que pueda importar y distribuir a farmacias y dispensarios, también estatales, medicinas de calidad a precios razonables.

Por la información que medios locales como La Hora publican, disminuir en un 75% los precios de las medicinas en Guatemala es una meta razonable. Lo único que se requiere es voluntad y políticas públicas coherentes, orientadas a atender las necesidades de las grandes mayorías.

Artículo anteriorEl balance de la ignominia
Artículo siguiente¡Tienen razón los jóvenes!