Adolfo Mazariegos
Hace un par de años escribí un breve artículo, publicado en esta misma columna, en el que hablaba someramente acerca de cómo los vacíos de poder en el mundo iban dejando espacios que eran aprovechados astutamente por actores a los que, probablemente, no se les prestaba suficiente atención (desde el punto de vista de la hegemonía que algunas potencias han ejercido durante largos o considerables períodos de la historia global reciente). Hoy, dos años después de aquella publicación, la tendencia entonces aludida sigue ese mismo curso, aunque con mayor notoriedad. Y en tal sentido, América Latina, cuya actuación en la escena mundial ha sido poco trascendente por sí misma históricamente, sigue siendo, no obstante, un territorio geopolíticamente muy apetecido y un “patio” que, bien cultivado, puede dar muchos, muchos réditos (no lo digo de forma peyorativa en manera alguna, sino como una realidad que es innegable y persistente, nos guste o no). El mapa de la hegemonía en el mundo está cambiando aceleradamente, distintos actores que quizá hace tan sólo unos pocos años eran vistos más allá del horizonte, hoy día parecen estar a la vuelta de la esquina, reclamando espacio a veces de forma sigilosa, otras irrumpiendo en el escenario global con sorpresas tecnológicas, avances notables en su economía, o ampliando de alguna manera su capacidad de influencia política en áreas diversas que a veces pueden parecer intrascendentes, pero que a la larga no lo son tanto. Otros, por su parte, parecieran estar aprovechando espacios que en un momento dado pueden ser de mucha utilidad en la obtención de importantes y determinados objetivos particulares (incluso a nivel geopolítico, como ya se apuntó) lo cual a muchos puede parecer parte de una suerte de reprise de un ciclo ya vivido en su momento por la humanidad y en el que el reparto de la hegemonía o acceso a tenerla en alguna medida y área –por el medio y fines que sea– suele ser el objetivo último o el punto central de sus acciones. La reconfiguración de los campos de influencia en el mundo está en marcha, puede observarse claramente en Asia, Oriente Medio, y en la misma Unión Europea, y es una realidad que va más allá de los problemas en las economías de los Estados, de las movilizaciones migratorias, o de las dificultades y controversias en la implementación de tratados comerciales, por ejemplo (aunque claro, todo es parte del mismo fenómeno si lo vemos en forma global). La llamada crisis de la democracia, el descontento social con base en el incumplimiento de las expectativas ciudadanas, y la evidente corrupción de los sistemas políticos en países de distintas partes del orbe, independientemente de la tendencia o corriente político-ideológica que sus dirigentes apliquen en su quehacer gubernamental es, por lo tanto, también un elemento de análisis que no debe pasarse por alto al intentar explicar esa reconfiguración que, de alguna manera, hace evidentes nuevas formas de ver el mundo, desde lo político.