Eduardo Blandón
Lo que acontece en Bolivia en estos días ya constituye una tragedia para muchas familias enlutadas a causa de la violencia generada por las frustradas elecciones. Las noticias no dejan de informar el saldo de muertos, como ayer en Cochabamba, en la que el denominador común ha sido la falta de acuerdos mínimos con la población que protesta y un ejército inepto que solo conoce el lenguaje de las armas.
Y mientras los políticos no logran apagar el fuego, la anarquía se apropia de las calles en un aparente hormiguero que confluye en el malestar social por cómo el sistema conspiró contra el líder cocalero deponiéndolo de manera burda, con el apoyo de las fuerzas armadas y las fuerzas oscuras de difícil definición.
Los bolivianos que ya parecían acostumbrados a cierto progreso económico y social ahora vuelven a sufrir, como si se tratara de un eterno retorno, la represión que creían superada. Sin saber –¿quién acierta en ello?– cómo ni cuándo terminará el entuerto político que todo el país tendrá que pagar.
El diario español, El País, citó ayer a Teresa González, una agricultora que confirma el estado de shock y sorpresa de la ciudadanía boliviana.
Teresa “Lloraba sin parar y explicaba en quechua que durante 13 años, durante el mandato de Morales, lograron vivir tranquilos, sin asistir a manifestaciones ni ser reprimidos. ‘Solo en cuatro días, ya ha habido enfrentamientos, ya ha habido matanzas a la gente del campo, nos han masacrado a bala’, continuaba con su relato”.
Es probable que los cambios sociales se produzcan no de manera incruenta, pero debe reducirse en lo posible el sufrimiento de la gente. Por ello, los políticos en colaboración con las distintas instituciones del país deben contribuir al restablecimiento de la paz. No una tregua simbólica, sino los acuerdos que reconduzcan el camino andado cuya finalidad era la superación de la pobreza y la inclusión de las minorías del país.
Para ello, en nada abona la clase dirigente que abraza discursos que generan división. Como el relato dudoso de algunos políticos con posturas pseudorreligiosas, insinuando superioridad frente a otros grupos culturales. Son ellos la principal causa del descalabro social, no solo en Bolivia, sino en cualquiera de estos países donde se usa la religión con fines de continuidad en un sistema claramente injusto.
Llegados a este punto en el que el dolor y el miedo se apropia de los bolivianos, debe recuperarse no solo la paz, sino el advenimiento de algo nuevo que le dé valor al sacrificio de la comunidad sufriente. Nada justifica la muerte, pero el sueño de justicia de los pobres que hoy derraman su sangre y de sus familias enlutadas, debe florecer en una realidad distinta que permita un mejor futuro para las generaciones de ese país suramericano.