Sandra Xinico Batz
sxinicobatz@gmail.co
En Guatemala se tiene (más) empatía por el holocausto o genocidio judío provocado por los nazis, que por el genocidio local perpetrado en contra de los pueblos mayas. Muchos de los que reconocen la existencia de lo primero, al mismo tiempo niegan lo segundo. No sólo existe resistencia a asumir la historia del país en que vivimos, sino que se siguen negando los motivos que han provocado este genocidio continuado del que los pueblos mayas no nos hemos liberado. ¿Cómo vamos a cambiar lo que nos resistimos a reconocer que existe?
Estos mismos que sienten empatía por lo ocurrido con el genocidio judío, aseguran que lo sucedido en Guatemala no fue “tan” sangriento y que localmente se sobredimensionan los hechos y las responsabilidades del Ejército en ello, por el otro lado, se muestran sensibles ante la violencia y la persecución sufrida por los judíos sin embargo al tratarse de los mayas no sólo se niega la violencia, el racismo sino que seguimos sin comprender lo ocurrido con las Aldeas Modelo y/o Polos de Desarrollo que funcionaron de la misma forma que un campo de concentración, que no surgen en el contexto del Conflicto Armado Interno sino desde la colonización con los pueblos de indios.
En este momento se repite el juicio por genocidio, luego de que la sentencia fuera anulada debido a la importancia que cobró reconocer que en Guatemala se cometieron delitos de lesa humanidad, pero principalmente la responsabilidad del Estado en la perpetuación de la ideología racista que ha permitido el enriquecimiento de un grupo pequeño, que en nombre de la pureza de su raza han mantenido el control político, económico y social del país. A pesar de esto seguimos pensando que el racismo se reduce únicamente a la discriminación, sin dimensionar que el país, la institucionalidad y por ende las relaciones sociales, se establecieron sobre una base que es sostenida por los pueblos y desafortunadamente en detrimento de estos, con un desprecio que aún se siente en contra de los que en múltiples ocasiones se ha definido como el “problema” social de Guatemala.
Hace unos días circulaba en internet un video en el que un hombre en el mercado de Barberena, Santa Rosa, agredía a una mujer maya, insultándola y violentándola por el hecho de ser indígena. El odio y desprecio con que esta persona se dirigía a nuestra hermana maya no sólo es doloroso, sino que preocupantemente es una muestra mínima de lo que día a día vivimos los pueblos originarios.
Indudablemente, el racismo es una de las peores lacras que arrastramos hasta hoy. El entorno en el que nos encontramos se encarga de reafirmar y reforzar la ideología del racismo. En el fondo, en varios racistas, aún existe el miedo de que las indias, los indios nos levantemos en su contra y hagamos con ellos lo mismo que han hecho con nosotras, nosotros. Se les olvida que no somos iguales.
Y el problema no es que no seamos iguales. El problema es el racismo que nos divide.