Raul Molina Mejía

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Nació el 20/02/43. Decano de Ingeniería y Rector en funciones de USAC. Cofundador de la Representación Unitaria de la Oposición Guatemalteca (RUOG) en 1982. Candidato a alcalde de la capital en 1999. Profesor universitario en Nueva York y la Universidad Alberto Hurtado (Chile). Directivo de la Red por la Paz y el Desarrollo de Guatemala (RPDG).

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Raúl Molina

Se cumplen cuatro semanas desde la explosión de protesta del pueblo de Chile. Tras decenios de sufrir un modelo político y económico extraño al ser chileno y totalmente injusto, se rebalsó la paciencia y, una vez más, el pueblo ha tenido que iniciar una gran lucha. La derecha chilena, heredera de Pinochet, fue derrotada en el referendo en que ganó el “no” y, posteriormente, por la concertación de partidos democráticos; pero mantuvo su inusitado poder con la amenaza del retorno de la dictadura militar. Se aceptaron la Constitución de Pinochet y el modelo capitalista neoliberal. Los sectores de derecha extrema, aprovechando el gobierno de Donald Trump, presionaron para que el gobierno se lanzara a reprimir la protesta popular. El plan funcionó en las primeras horas, al convencer al presidente Piñera que optara por estado de excepción y toque de queda, dos medidas exageradas e inútiles que multiplicaron la violencia. El pueblo dijo “no”, con determinación, y Piñera fue obligado a dar marcha atrás a todas sus impopulares medidas. La pugna, sin embargo, no ha terminado. La extrema derecha ha promovido el vandalismo, tanto de grupos marginados que guardan una rabia incontenible frente al sistema como de grupos infiltrados de las fuerzas de seguridad. Al mismo tiempo, los Carabineros siguen aplicando fuerza represiva excesiva, sin que el gobierno les controle. El resultado ha sido saqueos, incendios y destrucciones, así como miles de víctimas y de personas capturadas. Ante este cuadro ajeno a las manifestaciones pacíficas de millones de chilenos y chilenas, Piñera intentó de nuevo, sin éxito, recurrir a las fuerzas militares. Y las amenazas siguen, como el despliegue de marinos de la Armada en las calles de Valparaíso, con el propósito de intimidar. El pueblo no cede.

Políticamente, Piñera está perdido; sectores de su partido político han roto con él y le exigen controlar a las fuerzas de seguridad y aceptar la formación de la Asamblea Nacional Constituyente. Más contundentes han sido todos los partidos de la oposición, que han producido una Declaración, que concluye: “…El Gobierno debe comprender que las y los ciudadanos movilizados en las calles de todo el país, exigen participar de este proceso histórico. Cerrar la puerta a la participación ciudadana constituye un nuevo y grave error del Presidente Sebastián Piñera. A estas alturas sería una ceguera inexcusable, que la historia condenará con rigor. En este momento, el camino para construir el futuro es Plebiscito, Asamblea Constituyente y Nueva Constitución”.

La rebelión chilena nos da una lección: el pueblo unido puede derrotar a la derecha extrema aunque esta recurra al poder militar. Y la lección tiene que ser aprovechada en toda América: el pueblo estadounidense para expulsar el gran peligro que Trump representa para la humanidad entera; los pueblos de otros países, como Ecuador y Bolivia, para defender sus derechos y un futuro mejor. Y el de Guatemala para librarse de la corrupción y la impunidad, como primer paso para continuar la Revolución de 1944 y la implementación del Acuerdo de Paz Firme y Duradera. El pueblo de Chile nos marca hoy el rumbo.

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