Francisco Cáceres Barrios
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Nos debiera disgustar escuchar a quienes dicen que la culpa de la situación que actualmente vivimos en Guatemala la tenemos todos por haber permitido que un inepto se sentara en la silla presidencial, por haber dejado ocupar curules a los delincuentes o por haber entregado la vara edilicia a quienes no han hecho méritos para tenerla pero, habiendo meditado bastante sobre este tema finalmente les damos la razón, si no toda, al menos gran parte, pues viendo que el agua nos ha llegado hasta el cuello no hemos sido capaces de participar más activamente en la política nacional para poder exigirles como ciudadanos a los políticos que cumplan con sus deberes y no dejarlos hacer lo que les pegue la gana.
Cada vez que salgo de mi casa para ir a mi oficina me pongo como los once mil jicaques cuando veo que todo sigue igual como hace veinte años, sin semáforos sincronizados; sin que la gente respete la luz roja poniendo en peligro su vida, la de los suyos y de quienes tienen el derecho de vía; que la mayoría de la población tenga que viajar como sardina en los inmundos “tomates” y que no se haya hecho ni lo más elemental siquiera para evitar que tenga que hacer un trayecto si mucho de quince minutos en una hora, porque seguimos sin emplear lo más elemental de un buen urbanismo, de no mantener las vías de comunicación sin tantos baches y protuberancias y sin aplicar en lo más mínimo las elementales normas de la ley de tránsito.
Al paso que vamos, la ciudad capital y las cabeceras departamentales más importantes del país seguirán siendo “pueblones” dejando que el progreso solo lo tenga de nombre un departamento pero, no para mejorar el tránsito de vehículos, permitir que los trabajadores puedan asistir puntualmente a sus labores y lograr mayor eficiencia a toda la población con el uso racional del tiempo para movilizarse de un lugar a otro. Seguimos permitiendo payasadas como la de querer montar un tren del siglo pasado, cuando debiera planificarse el desarrollo de un transporte colectivo rápido, seguro y confortable sobre la misma vía en donde transitaron antes los ferrocarriles.
Pero el colmo de los colmos es que sigamos permitiendo que los políticos continúen con su flojera e irresponsabilidad para la aplicación de las leyes y que todo el mundo pueda hacer en las vías de comunicación lo que mejor les plazca. De esa cuenta, no pasa un día sin bloquearse las mismas ya fuera con manifestaciones, movimientos vehiculares, llantas incendiadas, palos, piedras o lo que encuentren a mano causando tal desbarajuste en las mismas que provoca cuantiosas pérdidas de tiempo y dinero para toda las clases sociales de la población. Y todo, por dejarle hacer lo que les venga en gana a los políticos, la gran mayoría de ellos corruptos e inescrupulosos. ¿Hasta cuándo Catilina abusarás de nuestra paciencia?