Mario Alberto Carrera
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Los mitos cosmogónicos crearon al hombre de maíz, de barro, de madera… pero corriendo el tiempo (poco ciertamente si lo arrostramos con los millones de años que adornan la Tierra) los cultivos y sembrados de la Historia han producido un “homo novus” pero esta vez no de un comestible cereal, sino de baquelita, acorde con los contaminadores tiempos.
Una cultura de plástico (las bolsas del súper son lo de menos) sólo podía engendrar un hombre de nylon, un hombre de pan-baquelita que rimase –concordante- con la gran fantasía que es ahora casi toda confección humana.
De vez en vez y cuando considero que el grupo de talleristas al que doy clases particulares se ha internado lo suficiente ya en mis códigos y mis claves, para entender o al menos intuir la sorna y el sarcasmo de mis paradojas, les suelto la ironía no de que éste (como decía Voltaire) es el peor de los mundos posibles (para reírse de Laibnitz) sino que este mundo (es decir, la cultura sobre la que él navega emplasticadora) no es sino una especie de tragicómica risotada de ficción, como si se tratase de un cuento de Samuel Beckett, resuelto en el código de los “trabalenguas” de Ionesco.
Lo peor que puede experimentar un ser humano de misa dominical y creencias folklóricas (aunque muy respetables) de por La Parroquia o Candelaria, es el vértigo que produce la exposición de una duda en torno a si también el alma humana es de plástico (porque más de alguno de mis talleristas procede de esos lares parroquiales) dicho por alguien de la picaresca, como yo, sin ambages. Porque puede menearles el piso.
Casi el cien por ciento de los guatemaltecos (lumpen o aristocracia, en esto son inclusivos y sus cerebros mágicos no se diferencian) sí que creen que éste es el mejor de los mundos posibles y que Guatemala es el mejor país de la Tierra con el lago más bello del sistema solar.
Cuando suelto mis paradojas y dilemas a volar la mayoría del taller me mira acongojado, como dándome a entender con sus ojillos asustados: Entonces ¿no hay nada seguro, venimos a su taller para que usted nos diga que el conocimiento acaso no sea posible, que las cosas no son como son y que el tan famoso noúmeno no existe?
Ellos, sin mi corrosiva presencia y verbo querrían desear seguir viendo hombres de plástico (que no lo fueran) que no manipularan en los partidos políticas de plástico, donde se rompen los sesos para robar sin que le caiga la fiscalía o el MP., y que usan exclusivamente lenguaje escatológico porque es el único que se maneja en dichos partidos.
Sin embargo, la mayoría de mis alumnos está seguro –y morirá plácidamente engañada– de que vive en el mejor de los mundos posibles, con vidas confortables y cómodas: con “refri”, tele y lavadora. En una colonia con garita y muro perimetral (¿quién dice que sólo Trump levanta muros?) y sobre todo, con la garantía de que al final de sus días los estará esperando la Gloria eterna, sin pensar de que hay un infierno también –que hay que llenar– y aunque nunca han visto una obra de él, creen, como Calderón, “que la vida es sueño y la muerte el despertar”.
Pronto el plástico será superado o más bien será mejor usado. Graciosos robots de plástico lo harán todo y acompañarán a las viejitas para que tengan a alguien con quien platicar y saque la del abuelo.
Mientras tanto volemos y volemos en jets que contaminan –en un solo viaje– más que millones de bolsas del súper y condecoremos a China y a EE. UU. por ser los dos países más contaminantes del universo-mundo.