Adolfo Mazariegos
El jueves o viernes de la semana pasada (no estoy seguro qué día), alguien me mostró un breve video en el que la representante guatemalteca en un certamen de belleza realizado en Suramérica dio al traste con sus conocimientos de cultura general. Como suele suceder en casos como ése, las burlas y chistes no se hicieron esperar, viralizándose con rapidez en toda suerte de medios y redes sociales tanto dentro como fuera de Guatemala. He de decir que no conozco a la joven que tuvo tal desliz en la manifestación de sus escasos conocimientos y acervo cultural (por lo menos en el tema en el que se le cuestionó), y no pretendo juzgarla ni hacer mofa de ello, sino todo lo contrario, lo traigo a colación con todo el respeto que ella merece puesto que más allá del momento chusco que evidentemente experimentó y que seguramente de alguna manera sigue experimentando (y que a tantas personas ha divertido, según he podido notar), el desaguisado pone en evidencia, una vez más, lo anacrónico y caduco de un sistema educativo que ya no responde a las necesidades y dinámicas del mundo moderno. No justifico el hecho tampoco, pero en Guatemala se suele mencionar, por ejemplo, a Miguel Ángel Asturias, como el orgullo nacional que supone el Premio Nobel de Literatura, pero ni siquiera somos capaces de enumerar los títulos de (por lo menos) tres de sus obras literarias (y lo traigo a colación en virtud de que, también hace pocos días, vi en un canal de televisión varias breves entrevistas que un periodista le realizó a tres o cuatro diputados al Congreso de la República, y ninguno de ellos fue capaz de mencionar tres obras del escritor guatemalteco ganador del Nobel en 1967). Así es el nivel cultural-educativo de muchos dignatarios y funcionarios de alto nivel en la función pública. Las autoridades deben entender que la educación es fundamental para el desarrollo del Estado. Un país que no invierte en educación está destinado a estancarse, o incluso a retroceder cuando los demás avanzan, a ser conducido por sinuosas veredas nefastas y oscuras de las que muy difícilmente se sale bien librado. Más que como un chiste, el asunto debiera servir como punto de partida -una vez más-para una necesaria y urgente reflexión que lleve a tomar conciencia de la importancia de educar y educarnos; de la necesidad de tomarnos el tiempo (aunque sea breve pero constante) para leer; para indagar en la academia; para orientar adecuadamente a los niños y niñas; para apreciar el arte; para motivar el enriquecimiento educativo y cultural. Un país con educación, aunque quiera negarse, está mejor preparado para enfrentar los retos y demandas que supone el avance inexorable de la vida humana en sociedad. Eso debiera ser motivación. Que el mundo ría con Guatemala, no que se ría de ella. Vale la pena pensarlo, y tomarlo en serio…