Adolfo Mazariegos
Hace algunos años (creo que en 2015 o 2016) escribí brevemente en este mismo espacio acerca de una conversación que por esos días sostuve con algunos apreciados amigos, una conversación en la cual, entre otros temas, salió a colación la cuestión de la seguridad ciudadana (o inseguridad, según ellos me dijeron en aquella ocasión), uno de los muchos temas que a los guatemaltecos preocupaban seriamente entonces y que hoy día, a pesar del paso del tiempo, pareciera seguir igual, o más pronunciado, quizá. De más está decir que no es lo mismo hablar de la seguridad del Estado que hablar de aquella seguridad a la que aspira y que merece la ciudadanía en su conjunto; aquella seguridad que debe dar tranquilidad a la población y que permita a los guatemaltecos y guatemaltecas salir a la calle sin la zozobra de no saber qué les espera al abandonar las paredes de su hogar; aquella seguridad que le permita al ciudadano común caminar por cualquier calle sin el temor a ser asaltado en la próxima esquina; aquella seguridad que le permita a las guatemaltecas regresar a sus casas sanas y salvas después de una jornada laboral o estudiantil, sin el temor a ser ultrajadas, violadas o incluso asesinadas… En fin. Me tomo la libertad de reproducir aquellas palabras de años atrás, en virtud de que justo el fin de semana pasado, alguien me hizo un comentario de similar temática, y justamente, hablar de ese tema que sigue siendo tan polémico y que no deja de llamar la atención de la ciudadanía y ser preocupante, me hizo reparar nuevamente en esa realidad a la que ya ni siquiera prestamos atención dado que nos hemos acostumbrado a ella a pesar de que resulta sumamente sintomática y reveladora (algo que ya he comentado también en ocasiones anteriores): la cantidad de agentes de seguridad privada –armados– que vemos en la calle a cual más chapinísimo estilo de los westerns tipo “Bonanza” o “El gran Chaparral”, que hace años se veían sólo en la televisión o en alguna de esas películas de Hollywood que protagonizaban actores tipo John Wayne o Clint Eastwood. Esto, sin duda, resulta en una verdad innegable que desnuda la manera en que, como sociedad, hemos empezado a convivir con naturalidad en escenarios y situaciones en los que (por ejemplo), ver un guardia o policía privado portando una escopeta que apunta a cualquier lado, acompañando al piloto de un camión de reparto, custodiando la puerta de una tienda de barrio, o montado en la parte trasera de una motocicleta mientras otro conduce esquivando autos y muchas veces subiéndose a las aceras o espacios prohibidos, se ha constituido en algo prácticamente “normal”… Y con respecto a ello, hay varias interrogantes en el aire y una seria preocupación en el ambiente, particularmente una interrogante cuya respuesta, ciertamente, pareciera incierta y tristemente lejana: ¿a qué más tendrá que acostumbrarse la ciudadanía cuando ande por la calle, si todo sigue como va?