Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

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Alfonso Mata

¿Debe el hombre y la mujer seguir comportándose de manera azarosa y sin mejores regulaciones en su reproducción y sexualidad? En su comportamiento reproductivo, el hombre y la mujer colocan un pie, el que tiene más firme, todavía en lo biológico y el otro en lo psicosocial, pero sin guardar ya el debido equilibrio.

Sexualidad y reproducción en su sentido natural, persiguen poblar y la sobrevivencia de la especie. Lo humano que el hombre añade a ello, provoca otros enfoques que caen dentro de lo social y lo ser-humano de nuestra especie. Ciencia, moral y tecnología, a tal punto aportan ahora a la sexualidad y reproducción, que sus efectos se sobreponen ya tanto sobre su herencia como sobre su inteligencia y el organismo en general. Con los avances en ciencia y medicina, hemos logrado hacer sobrevivir e incluso reproducirse lo que antes no era posible y estimular a niveles insospechados la libido y el placer y a ello se suma como poderosas armas, la educación y la comunicación. Todo ello actúa sobre una organización cerebral, que ha permitido una mayor diversidad de competencias sexuales y reproductivas y ello a desarrollar diversidad de ocupaciones humanas, que permiten una organización y funcionamiento más complejo de la sociedad en todos sus aspectos.

Pero el número y la calidad de aspectos relacionados con la sexualidad y reproducción humana, plantean sus problemas que trascienden lo biológico. Sabemos, por ejemplo, que, gracias a las prácticas sexuales como motores de organización y funcionamiento social, las necesidades de salud, educación, trabajo y ambiente aumentan e igualmente su problemática, y no sabemos por cuánto tiempo nuestra sociedad, va a poder mantener ese nivel mínimo de atención a ello y por cuánto tiempo los gobiernos podrán sostenerse, sin que brinque y salte un malestar mayor.

A su vez, esos cambios de sexualidad y de reproducción provocan un dilema moral en nuestros políticos y religiosos. Sabemos que los buenos fines no justifican el empleo de malos medios; pero también sabemos que, en muchos casos, hemos visto cómo los buenos medios provocan resultados malos. Un ejemplo de ello es el uso del DDT, que en el siglo pasado fue utilizado en la lucha contra el paludismo, medida que trajo más cáncer y enfermedad degenerativa, a la par de más niños y un comportamiento sexual más intenso. Como bien dijo un colega: se abolió el paludismo, pero aumentó la desnutrición y otras infecciones propias de la infancia y la muerte se mantiene campeando libremente dentro de la población, sin que mucha de la población tenga acceso a terapias farmacológicas y rehabilitantes adecuadas y tampoco sabemos nada de trasmisiones de elementos congénitamente insuficientes o inadecuados, producto de esas conductas sexuales y reproductivas, hoy buenas y mañana quien sabe. Todos esos dilemas, producto del comportamiento actual en reproducción y salud, también generan un dilema ético que tiene que ver con la construcción de la inequidad y desigualdad dentro de nuestra democracia y sus manifestaciones con todas sus formas de tensión destructiva. Es indudable la necesidad de políticas poblacionales más completas, claras y eficientes.

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