Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

post author

La forma en que ayer el Presidente del CACIF se refirió al tema del salario mínimo podría despertar oleadas de indignación entre la gente que vive con ese sueldo para cubrir sus necesidades pero que, según Juan Carlos Tefel, sobrepasa por mucho el costo de la canasta básica y por lo tanto debiera bajarse, porque es muy superior a lo que obtiene un trabajador en el mercado de trabajo informal. Es una pena que la cúpula empresarial se muestre de esa manera en momentos en que el debate nacional debiera estar centrado en cuestiones cruciales como el tema de la migración, forzada por la ausencia de oportunidades y de ingresos que permitan a la gente siquiera la subsistencia, o el de la impunidad y la corrupción que se vuelve algo crucial para la vida del país ahora que se ha cerrado el capítulo que en el 2015 abrió la CICIG, entonces con apoyo de los empresarios, al investigar a funcionarios públicos que se hicieron millonarios en el ejercicio de sus funciones.

Es cierto que el salario mínimo de quienes trabajan en empresas formales supera el salario promedio que obtienen los trabajadores que no están en la formalidad de la economía. Pero la solución de bajarlo suena muy parecida a la propuesta de los resentidos que quieren resolver el problema de la pobreza quitándole su capital a los ricos, sin otras ideas para generar oportunidades para quienes no las tienen. Un planteamiento para bajar el salario mínimo en la forma en que plantea el CACIF, que contempla una reducción del costo de la canasta básica en más de mil quetzales al mes, es inviable y el esfuerzo debiera ser buscar las fórmulas para incentivar la formalidad que no sólo significa mayores sueldos, sino también el pago de impuestos. Pero mientras la gente ve que el dinero de los impuestos sirve para la corrupción, difícil pensar que pueda aumentar el número de empresas que se deciden por formalizarse dentro de nuestra economía.

Si algún sector ha tenido derecho de picaporte en Guatemala para acceder a la toma de decisiones en materia económica ha sido el empresarial y esa influencia debiera utilizarse para implementar mecanismos de transformación de todo un sistema perverso que finalmente, con o sin salarios mínimos decentes, está expulsando diariamente a miles de compatriotas que emigran a pesar del clima adverso que encuentran ahora en Estados Unidos.

Es tiempo de pensar seriamente en la viabilidad de nuestra economía si sigue dependiendo de las remesas y del país si se mantiene el clima de impunidad y corrupción que caracteriza al sistema político de Guatemala. El salario tiene que ser un tema de debate, pero mucho más importante y trascendente es que las élites, que tienen ese privilegiado acceso a los oídos de los políticos, centren su esfuerzo y atención en las cuestiones puntuales que son las decisivas para el futuro de la patria. Callar ante la arremetida que acabó con la lucha contra la corrupción, es más grave que cualquier distorsión salarial que pueda plantearse y no hablar del drama humano que se traduce en migración, tiene mayores implicaciones que el debate sobre el costo de la canasta básica.

Artículo anterior¿Y si no quién?, ¿Y si no qué?
Artículo siguienteProceso cuestionado