Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Existen hoy día diversas posturas y opiniones con respecto al tratamiento y consideración que se le da al tema del cambio climático en el mundo. Las hay desde quienes piensan que como humanidad estamos poniendo en serio peligro el futuro del planeta, hasta quienes aseveran que el cambio climático y sus efectos no son más que un invento orientado a menoscabar la imagen de ciertos sectores empresariales. En esa dinámica, no faltan por supuesto, quienes aseveran que los temas relacionados al ambientalismo no son más que perspectivas ligadas a una corriente ideológica en particular. No obstante, más allá de esas posturas y/o corrientes de pensamiento, las catástrofes medioambientales que se están viviendo cada vez con mayor frecuencia y con mayor violencia en distintas latitudes del Globo, ponen de manifiesto una verdad que ya es imposible invisibilizar y cuyo precio, seguramente, la humanidad tendrá que empezar a pagar muy caro en breve (de hecho, la naturaleza ya empezó a pasar su factura). En América del Sur, por ejemplo, países como Brasil, Bolivia y Paraguay (aunque no son los únicos) viven de cerca una catástrofe sin precedentes que está consumiendo gran parte de la selva amazónica, un pulmón del planeta que produce aproximadamente el 20% del oxígeno que respiramos. En el Caribe, el huracán Dorian (primer huracán de categoría cinco desde 1992, trágico y devastador), amenaza –al momento de escribir este breve texto– con causar estragos y destrucción a su paso por Las Bahamas y por otros territorios continentales que incluyen parte de Estados Unidos. En Islandia, el glaciar Okjokull desapareció debido al aumento de la temperatura en el Ártico, fenómeno que pareciera no detenerse y que ha propiciado, inclusive, que las autoridades islandesas, aparentemente conscientes de la situación, consideren al cambio climático como un asunto de urgencia nacional… Esos no son los únicos ejemplos que pueden citarse al respecto, hay muchos más, incluyendo varios en territorio guatemalteco, pero basten esos como una suerte de punto de partida para la reflexión y concienciación de la necesidad existente e imperante de hacer algo de manera urgente. Las estadísticas y proyecciones no son alentadoras, y las políticas públicas de los Estados, en muchos casos, parecieran no reflejar seriedad en un asunto de tal magnitud y trascendencia para la especie humana y para la calidad de vida futura en general. El cambio climático no solo afecta de forma directa e inmediata a sectores humanos en términos de focalización de la problemática; tarde o temprano (más temprano que tarde, como ya se está viendo), los desastres y cambios generados a partir de los trastornos climáticos, terminarán por alterar drásticamente, más rápido de lo que pensamos, las economías del mundo entero incluso. Es preciso ver hacia el futuro en función de la supervivencia humana, y no solo en lo que algunos sectores pueden ganar en el corto plazo. El cambio climático es un asunto que debemos ver más allá de las ideologías.

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