Alfonso Mata
¡Así es! Sociedad y política, cada quien con alma propia, viajan sobre nuestro espacio patrio con intereses, obligaciones diferentes y ni en una ni en la otra las cosas funcionan bien.
La sociedad en busca de lograr una mejor aplicación económica, científica y tecnológica y pese a contar para ello con 20 universidades, no ha podido formar una realidad de desarrollo y bienestar humano a través de una interacción política y sociedad, que actualmente solo consigue producir conciencias desvinculadas entre la propia y la social; así que lo que tenemos en nuestra sociedad, son marchistas en busca de su propio camino.
Un pueblo verdaderamente “vivo” sabe a dónde va y por dónde caminar, y para conseguirlo, utiliza y compromete a sus políticos en procesos construidos en busca de sus objetivos ¿les interesa eso a las potencias mundiales? No es que no les interesa que adquiramos un sentido de pertenencia, una identidad común social y cultural es que no les corresponde a ellos hacerlo. Sólo los ciudadanos pueden formar una identidad nacional fundamentada en vínculos sociales y culturales y este es un proceso conjunto entre sociedad y política. Pero cuando la política ha pasado a ser “una clase social” más, una profesionalización en lugar de un servicio, eso deja de ser posible, pues se transforma en competidor incluso en usurpador. Tal es lo que nos está sucediendo en el momento actual y vista a nuestro futuro.
Lo que realmente debe preocuparnos del divorcio política sociedad, es que lleva a una persistente violación de derechos humanos de parte tanto de la sociedad como de la política, ante lo cual apenas se alza la denuncia pero no la corrección y, ante la irresolución, la violencia y la impunidad campean en medio de un contexto nacional impregnado de miedos y desconfianzas, bajo la ceguera y sectarismos mundiales, que lo único que les preocupa es que la crisis degenere en desórdenes más graves.
Y lo más triste de todo esto es que asumimos que el cambio implica como principio el voto. El voto se ha convertido en un ejercicio democrático carente en su base de valores, creencias, fe, tradiciones, en que solo cabe su valor en la mente e interpretación de ciertos académicos, que proyectan su valor como algo científico, como algo éticamente neutral, un laboratorio aséptico; voces constitucionalistas que ignoran una perspectiva antropológica con sus significados y que a pesar de ser refutada por la realidad de los hechos, se sostiene en pro de la fe de la ciencia en el voto. ¡Ojo universidades! es eso lo que están formando.
Al final necesitamos formar una gran escuela de pensamiento que haga una contribución fundamental al análisis teórico de una Guatemala deseable, pero que quede claro: ajena a intérpretes que continúan expresando una visión cientificista, por lo tanto, indiferentes al hecho antropológico y su realidad derivada.