Por los intereses políticos que imperan en Estados Unidos, el tema migratorio se enfoca únicamente desde la perspectiva de sus efectos con la aglomeración de solicitantes de asilo o refugio en la Frontera Sur de ese país y el trato que están recibiendo quienes al cruzar la frontera se entregan para formalizar esa solicitud, trámite en el que se produce la separación de núcleos familiares y el hacinamiento de niños en barracas donde reciben un trato indigno. Poco se dice de que, a pesar del muro, sigue también el flujo de otros migrantes que continúan con la vieja práctica de pasar la frontera y diluirse en la inmensidad del país para sumarse a lo que se conoce como la migración ilegal o irregular.
Pero nadie le pone atención al hecho de que ese fenómeno migratorio, que se ha incrementado en cantidades enormes, es resultado de la severa pobreza a inseguridad que hay en estos países donde la gente languidece por falta de oportunidades que les permitan soñar con una vida digna en la que su trabajo y su esfuerzo les permita mejorar las condiciones de vida. Ya cuando se lanzó el Plan de la Alianza para la Prosperidad, en tiempos de Obama, se partió de la idea de que la mejor forma de enfrentar esa migración irregular era propiciar mejores oportunidades y seguridad para los habitantes de este Triángulo Norte de Centroamérica que es el generador de la mayor cantidad de migrantes. El plan no llegó nunca a despegar porque, aunque bien concebido, se distorsionó en la práctica cuando falló por falta de una estrategia que le diera sentido y hasta se dispuso que los mismos que siempre han actuado como el azadón en estos países pudieran ser una especie de administradores de los recursos.
Ciertamente hay una crisis humanitaria pero no sólo en la frontera de los Estados Unidos sino en estos países donde la corrupción se ha robado todas las oportunidades porque los poderes están cooptados por los que se sienten dueños del país y, mediante el financiamiento electoral, se aseguran el trato preferente del Estado para aumentar sus privilegios a costillas del despojo que llega al colmo de arrebatar hasta la esperanza a la gente más necesitada. La verdadera crisis humanitaria que se debiera atender y en la que nadie repara está en estas desoladas tierras donde la pobreza es grosera y se manifiesta como una cadena perpetua para generaciones enteras que nacen pobres y están condenadas a morir pobres porque no existe ningún interés por combatir ese flagelo. Baste decir que la mitad de nuestros niños sufren una desnutrición crónica que les castra para el resto de sus vidas para entender la dimensión real de esa tragedia.
Nos paró el pelo que Trump amenazara con aranceles e impuestos a las remesas, además de prohibiciones de viaje, pero no nos espanta ni nos inmuta, siquiera, el que nuestra gente viva en condiciones de tanta miseria y necesidad como para emprender una peligrosa travesía en busca de mínimos de esperanza.
Seamos serios y pongamos atención a la raíz del problema. Si Trump no lo alcanza a ver nosotros sí debemos hacerlo para exigir y demandar políticas públicas que impulsen el desarrollo humano.