Eduardo Blandón

Una de las tantas pruebas de la desadaptación generacional por la que muchos atravesamos quizá consista en lo que para algunos puede parecer una locura, me refiero a eso que llaman esports. O sea, un nuevo deporte en la era digital que consiste en mover los dedos frente a una pantalla para sobrevivir y salvarse del enemigo. Un ejemplo paradigmático es el juego Fortnite.

Yo ya alucinaba y me mostraba escéptico cuando mi hijo, un gamer obsesionado como tantos chicos de nuestra generación, un día con actitud de holgazán me dijo que le parecía buena idea dedicarse a tiempo completo a los videojuegos porque, “papi, de eso se puede también vivir”. Pero la prueba de que mi púber no andaba tan desorientado, lo descubrí esta semana al leer sobre el campeonato mundial de Fortnite en Nueva York.

Para mi consuelo, los periodistas también no dejan de estar atónitos al dar la noticia. Casi todos los medios repiten lo mismo, que los adolescentes (la mayor parte de ellos entre 15 y 20 años), se han vuelto millonarios al terminar vencedores en juegos individuales y grupales en una eliminatoria sin cuartel. Que los creadores del juego han desembolsado alrededor de 30 millones de dólares. Y que los negocios de videojuegos van viento en popa.

Un ejemplo de la bonanza económica de este modelo de negocio lo constituyen los desarrolladores de Fortnite, las empresas Epic Games y People Can Fly, cuyas utilidades rondan los 300 millones de dólares, según las modestas cifras dadas hace algunos meses. Un número razonable si consideramos que hay alrededor del mundo unos 250 millones de jugadores, –uno de ellos mi hijo, con toda seguridad–.

La industria ha sabido conquistar el ánimo de diversión de los adolescentes y comienza a vender el entretenimiento como un deporte. Los jóvenes ya no juegan con vergüenza por el tiempo invertido en largas jornadas cotidianas.  Por ejemplo, Edoardo Badolato, “Carnifex” según su nombre de batalla en el juego, de 24 años, declaró para el Corriere della Sera, que cuando terminó el colegio ya sabía que quería volverse un videogamer profesional.

“Paso la jornada jugando más de ocho horas todos los días en la casa de mis padres o en mi “gaming house” que el equipo ha puesto a mi disposición”, explica. Edoardo dice que los videojuegos le han permitido participar como profesional en distintos torneos del mundo, en Australia, Francia, América y España, “tutto pagato dalla squadra che lo sponsorizza”. ¡Viva el patrocinio!

Los medios funcionan al ritmo de la industria y se articulan para darle pábulo al negocio. Los argentinos están felices también con su vencedor. Ahora no se llama Edoardo, sino Thiago, “Rey Lapp”, según su sobrenombre, un niño de 13 años, argentino, que se ha llevado a casa 900,000 dólares. Lo mismo celebran los gringos con su Kyle “Bugha” Giersdorf, de 16 años, que fue el máximo ganador para un premio de 3 millones de dólares.

Como puede ver, el mundo se ha complejizado cada vez más. Cuesta comprenderlo y “aggiornarsi”. Estoy en un momento en que no sé si tirar los libros y sus promesas de una vida profesional y venturosa para dedicarme a otros menesteres de mayor provecho o persistir en un Antiguo Testamento que me mantendrá discretamente sereno hasta el fin de mis días. No lo sé, quizá la única certeza ahora sea relajarme e invertir en mi cachorro para que dedique más tiempo a los videojuegos. Puede que hasta tenga un campeón en casa y no me haya dado cuenta.

Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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