Luis Fernández Molina
La presencia del hombre se proyecta a las estrellas. Muchos objetos humanos se desvanecen en el firmamento; satélites y sondas que han cumplido su misión en las fronteras del sistema solar o que se han descontrolado, se alejan inexorablemente. Navegan, vagan en medio del infinito, frío y oscuro, hasta que una gran estrella, o un agujero negro, los engulla o los pulverice.
Pero hay también otras manifestaciones físicas permanentes en otros lugares: la Luna y Marte. En nuestro satélite dejamos varios artículos en nuestra primera aproximación hace exactamente medio siglo. Hay tantos módulos de transporte como alunizajes, igualmente número de banderas estadounidenses. Otros objetos más personales que algunos astronautas avispados pudieron colar entre su limitado equipaje.
Pero hay un objeto simbólico muy importante. Viene a ser una tarjeta de presentación de toda la humanidad: una plaqueta de metal pequeña pero que encierra muchos mensajes. Para empezar, está redactada en inglés. Obvio, es el idioma del país que logró la hazaña; es también un reconocimiento a que ese idioma, que se incubó en las islas británicas y es hoy la lingua franca. Si hubieran sido los rusos harían lo propio y posiblemente con traducción al inglés. De haber sido los chinos la inscripción sería con los signos propios lo que daría doble problema a los lunáticos (así deben llamarse) o selenitas.
La inscripción está toda en letra de molde y en mayúsculas: “HERE MEN FROM THE PLANET EARTH FIRST SET FOOT UPON THE MOON.” Llama la atención que diga “men”, esto es, hombres del planeta tierra. Hoy día no sería políticamente correcto indicar solamente a los hombres; vendría al caso una ampliación: “hombres y mujeres”, o en sentido genérico “los seres humanos”. Arriba de esa inscripción aparecen dos círculos con mapas de los dos hemisferios de la tierra, pero como se estila en las Américas, esto es, a la izquierda el plano de América y a la derecha los restantes cuatro continentes. Los de esos lugares lo ven al revés, se colocan a la izquierda y a la derecha nuestro continente.
Luego la fecha: “JULY 1969, A.D.” Para un extraterrestre el dato de “Julio” (¡Ave César!) no tendría ningún sentido como tampoco el “1969”. Curiosamente no aparece el día exacto ¿Por qué? Esa cronología solo aplica en nuestra pequeña roca en forma de esfera que gira sobre su eje según su impulso y circunvala al sol cada 365 y un cuarto de aquellos giros. Nos vienen a la mente las reflexiones de Einstein sobre la relatividad del tiempo. En todo caso el punto de referencia es el “A.D.” Una expresión que encierra dos conceptos: lo romano y lo religioso. Anno Domini es una clara expresión en latín que era la antigua lingua franca del vasto imperio; lengua que cayó en desuso al derrumbarse aquél. Lo rescató la Iglesia de Roma que, igualmente lo utilizó como lengua franca para redactar una biblia común y comunicarse entre todas las comunidades creyentes del desintegrado imperio.
Las siglas “A.D.” resalta que la cronología particular del planeta tierra se inicia, virtualmente, en la Natividad. El año del nacimiento de Cristo (el Domine, el Señor). San Dionisio el Exiguo. Salvo ajustes o pequeños errores, ese hecho es el parteaguas de la civilización. En versión menos latinizada se utiliza Antes y Después de Cristo (AC-DC) Claro, dicha nomenclatura no es del gusto particular de los no cristianos; los judíos, musulmanes, sintoístas, hindús, etc. tienen su particular cronología pero utilizan como fecha mundial, oficial y común, la de AC-DC, que tratan de disimularla por “Era Común” y “Antes de la Era Común”. Es lo mismo.