Guatemala está a punto de acudir a las urnas para elegir a sus futuras autoridades del Ejecutivo y el Legislativo sin que a estas alturas se pueda pensar que esos comicios son la salida al laberinto en el que nos encontramos atrapados desde que se desmontó aquel enorme esfuerzo para atajar la corrupción y la cooptación del Estado que se facilitan en el marco general de la impunidad promovida por nuestro Sistema de Justicia.

La indiferencia de la población ante la decisión del gobierno de Morales de acabar con ese esfuerzo nos fue llevando a una situación que sólo se puede equiparar con la de un laberinto, mismo que fue meticulosamente construido desde las más altas esferas que, trabajando hombro con hombro con la gente recluida en el Zavala, han llegado a generar la mayor confusión electoral en la historia de este país.

Con cuidado y esmero se fueron limitando las opciones electorales para eliminar todo lo que pudiera ser un riesgo para el sistema actual que se ha visto revigorizado por el tesonero esfuerzo que se hizo para eliminar la molestia que significó una Comisión Internacional Contra la Impunidad que, de la mano de un Ministerio Público que se había liberado de los controles perpetuos, evidenció la gravedad del problema que significa la corrupción, al punto de que el Estado perdió por completo el norte y abandonó sus obligaciones esenciales en la promoción del bien común porque todo giró, simple y llanamente, alrededor del negocio y del tráfico de influencias para concentrar todos los beneficios en los actores y operadores de la corrupción.

Y cuando parecía que la elección de 2015, en la que el pueblo se equivocó haciendo la peor elección (lo cual ya es mucho decir en este país con un récord de malos gobernantes), sería un faro para iluminar al electorado a fin de no volver a cometer el mismo error, todo apunta a que la forma en que se diseñó el laberinto hará que volvamos a tropezar con la misma piedra sin que se vea en el horizonte alguna salida.

Las elecciones debieron ser la salida del laberinto, pero tal y como se moldeó el proceso no vienen a ser sino el candado para evitar que se pueda abrir alguna puerta, garantizándose el sistema su supervivencia, ya sin los sobresaltos que significaron aquellos días en los que los operativos de la CICIG y el MP mantenían en zozobra a tanto pícaro que ha sabido sacar provecho de las facilidades que otorga la impunidad solidificada por las Postuladoras.

Redacción La Hora

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